Por Juan Mejía

Hay heridas en el alma que nunca desaparecen. Están ahí. Simplemente un día ya no quedan lágrimas por aquella herida y dejan de brotar. Sabes que hay que seguir, pero la herida, aunque cicatrice está ahí.

Hoy voy a contar la historia de algo que yo viví y que hay testigos de todo lo que voy a relatar. Parece una historia de cuento, pero no lo es. Es verdad. Hoy voy a contar la historia de un niño llamado Gianfranco. Un niño enviado por Dios sin duda.

Mi madre Johana tuvo 5 hermanos. Con ella eran 6 hermanos. El último de los seis, era su hermano Otto. Mi madre le llevaba a su hermano Otto 12 años. Es decir que cuando su hermano último nació mi madre tenía 12 años. Y cuando él tuvo 4, ella tenía 16.

En consecuencia, Otto nunca pudo verla como su hermana mayor, en realidad, era su segunda madre. Otto amaba mucho a su hermana. Y Johana, mi madre, amaba mucho a todos sus hermanos, pero su hermano último era su adoración.

Ella hasta el último día de su vida, le decía Ottito. Cuando Otto se casó con Blanca Alicia, mi madre estaba emocionada. Esa tarde antes de la boda me lo dijo. “La mamá Matilde ve a su último hijo casarse con todo lo formal hijo. Me da alegría. Dios quiera que les vaya bien”.

Al poco tiempo supimos que Blanca estaba ya embarazada. Esperaban a su primogénito. En casa había expectativa. Llegó. Le pusieron un nombre italiano. Se llamaría como yo, pero en italiano: Gian (Juan), exactamente Gianfranco. Nació en enero. El 19 de enero de 1991 llegó Gianfranco al mundo.

Desde que llegó se vio que sería un niño excepcional, muy tranquilo, muy bondadoso. Mi madre Johana, mi abuela Matilde le amaron desde que nació. Todo transcurría bien. Y de pronto a los pocos meses o días de nacido Blanca Alicia, su madre, le avisó a mi madre que el bebe tenía una fiebre, no alta, pero tenía una cierta calentura.

Ese día se inició para el pequeño, la presencia de Dios sufriente. Mi madre y su madre lo llevaron a muchos médicos. Le iniciaron infinitos exámenes. Todos los exámenes decían que no tenía NADA. Que el origen de su fiebre y su malestar era desconocido. Se le hizo todos los exámenes. NADA. De pronto su estómago no toleraba ni la leche ni otro alimento. Y había que hidratarlo con suero venoso.

Así tan pequeño, era muy valiente. El Suero se lo ponían en el reverso de la mano. Luego a la altura del tobillo en sus dos pies. Y el lloraba apenas. Valiente para soportar el dolor. Un día le tuvieron que sacar sangre de sus venas craneales. Por la frente le pincharon los médicos.

Un día al volver de la Universidad, entré a verlo. Su madre lo trasladó a vivir con nosotros. Para que mi madre como enfermera pudiera evaluar su evolución. Al entrar a la habitación encontré lo que me impactó.

Lo hallé dormido con los brazos extendidos a la derecha y a la izquierda. Su pierna derecha encima de la izquierda. Sus pies juntos. Y su rostro dormido para un lado levemente como si mirara hacia abajo. Me arrodillé ante su cama. Me puse a llorar orando por él. Vi la forma de su cuerpo en cruz. Vi sus manos lastimadas, sus pies lastimados y su sien lastimadas. Entendí. Oré con más fuerza todos los días.

Hubo una peculiaridad muy extraña. No le gustaba que lo cargue nadie. Lloraba con mi madre, con su madre, con mi mamá abuela Matilde. Pero cuando llegaba yo y entraba a verlo, oía mi voz y volteaba a verme. Me tendía los brazos. Y yo lo levantaba. Sonreía y era feliz conmigo.

Luego la misma escena se repetía con mi hermano Raúl que solo tenía 6 años y luego 7. El nos amaba a ambos y nosotros a él. Un buen día escuchaba un cassette de música mío. Y la letra. Dios, la letra. Empecé a dedicarle parte de esa letra a Jesús. Lo oía para pedir que me lo sane. A solas, como he orado siempre, oía la canción para que Jesús salve a mi pequeño Gianfranco:

Tú sabes que está en tus manos

Que se salve o que se muera

Se salva si lo recoges

Se muere si queda afuera

Tú sabes que está en tus manos

Escucha bien lo que digo

Mi corazón se me muere

Si no se queda contigo.

La canción era de Raphael. La canción se llamaba “Traigo el Corazón Herido”. Meses sin dormir bien. Meses de tensión. Meses de dolor de ver su sufrimiento. El llego a este mundo a dar testimonio de Jesús.

Cuando ya habían pasado muchos meses, recién los exámenes dieron el resultado esperado. La enfermedad estaba detectada: Citomegalovirus. Y no tenía cura. Su origen era desconocido. Y solo podía controlarse. Viajando a Cajamarca para iniciar un tratamiento, el pequeño Gianfranco partió de este mundo. El fue mi amigo. Fue amigo de mi hermano. Fue un niño de Dios. Y a El partió pronto. Ni más ni menos.

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