A través de la lectura se transmiten vidas y emociones intensas. Este es el caso de Pierre Sandoval Castro, un columnista y profesor peruano, que cautivó a todos en redes sociales con su columna “Nadie sabe qué quiere decir GUAU”.

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Toma unos pocos minutos para sentir la alegría de tener una mascota y conocer como ellos, poco a poco se hacen parte de nosotros y en ocasiones, se convierten en “nuestro propio Pávlov”.

Nadie sabe qué quiere decir GUAU

¿Qué clase de ser sin corazón no conversa con su perro, con su gato, con su cuy? ¿Quién no le pone sobrenombres a su mascota y construye todo un dialecto privado que solo ambos pueden descifrar? Incluso los animales más enigmáticos logran despertar al Dr. Dolittle que todos llevamos dentro. Mi amigo Gonzalo tenía una iguana a la que había llamado Guillermín pero de cariño le decía Papachito. Un día Papachito se escapó de su casa y Gonzalo anduvo como loco gritando por toda la cuadra: ¡Papachito, Papachito! La iguana apareció, aunque dudo que haya sido porque reconoció su apodo y pensó: creo que me llaman.

Julio Ramón Ribeyro cuenta en sus Prosas Apátridas que a veces tenía la impresión de que su gato quería comunicarle un mensaje. La forma en que lo observaba, se le acercaba o se frotaba contra él indicaba algo más que la sumisión de un animal doméstico. Advertía inteligencia en su mirada. Lamentablemente tendrán que transcurrir siglos –dice Julio Ramón– para que la brecha evolutiva que los separa se acorte y poder entender lo que su gato le decía, que seguramente no pasaba de un lugar común: hay una mosca, hace calor, acaríciame.

Tal vez sea precisamente ese silencio con el que nos acompañan lo que nos jala la lengua. Algo en su forma de acomodarse junto a nosotros nos hace sentir escuchados, comprendidos. Por eso es que los personajes solitarios del cómic tienen siempre una mascota que los acompaña. Charlie Brown tenía a Snoopy, Candy a su mapache Clint, Marco buscaba a su mamá acompañado de su mono Amedio e Inodoro Pereyra filosofaba en la pampa argentina junto a su querido perro Mendieta.

Como decía Mafalda: A medio mundo le gustan los perros, y hasta el día de hoy nadie sabe qué quiere decir guau. Ahora que mi amiga Karen se ha llevado a nuestra pequeña Pika a vivir a Buenos Aires, me doy cuenta de que esa cachorra era el ser vivo con el que yo más hablaba durante el día. Pika ya no está, pero yo igual camino por toda la casa vacía repitiendo las palabras de cariño que solía dirigirle. Me gusta tu gulash y que me rasques la pechuga, le decía mientras la acariciaba, imitando al Grifo de la pluma dorada en El narrador de cuentos. A veces cuando vuelvo de clases por las noches y voy subiendo por el ascensor, empiezo a llamarla para que venga a la puerta. Luego abro la puerta y Pika no está. Así que me voy a la cocina y me preparo un sándwich de jamón. Y aunque ya no hay a quién decirle ¡vaysepallá, perrito pedilón! yo igual lo digo.

Entonces, mientras mastico en silencio mi cena solitaria, me voy dando cuenta de que con el tiempo fuimos invirtiendo los roles. Ahora yo soy el perro. Y Pika se ha convertido en mi Pávlov.

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Foto: Pierre Sandoval Castro

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