Seguir una dieta equilibrada no es tarea fácil. Los expertos recomiendan realizar al menos cinco comidas diarias y en menores cantidades. No obstante, debido al ajetreado ritmo de vida, no siempre es posible hacerlo y es entonces cuando el hambre nos juega malas pasadas y picamos entre horas.
Para que el hambre a deshoras no estropee el esfuerzo de toda una semana de dieta, te proponemos algunos trucos que te ayudarán a engañar al cerebro para tener menos sensación de apetito:
Comer en platos pequeños
La expectativa que se crea es de comerse un plato lleno de comida. Jugando con estas percepciones podemos engañar al cerebro, presentándole platos llenos, pero estos platos son más pequeños.
Dedicar un mínimo de 20 minutos a cada comida principal
Es decir, mediodía y noche. Este intervalo de tiempo, 20 minutos, es el que necesita el cuerpo para activar la señal de saciedad estómago-cerebro, a través de una hormona llamada leptina. Está claro que se puede ignorar voluntariamente y seguir comiendo, pero debemos ser más listos que el hambre.
Utilizar cubiertos pequeños
Así al pinchar los alimentos cogeremos menos cantidad, y tardaremos más en terminarnos el plato. Es un sistema para llegar antes a los 20 minutos, dándole tiempo al organismo a activar la señal de saciedad.
Acompañar las comidas con agua
El agua es el único alimento totalmente acalórico y podemos beneficiarnos de ello. Como ocupa espacio en la cavidad gástrica, podemos llenar antes el estómago, pero sin sumarle calorías.
Si aparecen ganas de picar, optar por proteínas
La proteína es el nutriente más utilizado en el organismo para realizar diversas funciones así que, si nos excedemos con algún nutriente, éste es el más adecuado. Es necesaria mucha proteína para llegar a acumularla en forma de grasa, antes se empleará para otros requerimientos.
Realizar las comidas en un ambiente tranquilo
El hecho de dedicarle tiempo y espacio a las comidas ayuda a ser más consciente del momento de la ingesta. Esto asegura que a la media hora no volvamos a tener hambre ya que, si no prestamos atención ni al plato ni a la masticación, es posible que el cerebro no procese ni registre de manera adecuada el momento de la comida, y al poco rato nos vuelva a pedir porque cree que aún no ha comido.