Era el año 1973, había empezado a estudiar inicial en el Colegio “Santa María”. Al salir del colegio corría a casa para ver mis dibujos animados. El “Ángel del Espacio” era un dibujo animado que nunca me llamó la atención, pues tenía una pésima temática y todo lo que hacían los personajes era mover los labios. Sin embargo, recuerdo que cuando tenía cuatro años, regresé a casa y prendí el televisor en el canal de América y vi un dibujo que llamó mi atención por completo.

El dibujo que tanto recuerdo se llamaba “Hombre de Acero”. Es la historia de un niño llamado Carlos Centella, quien tenía a cargo un robot gigante de acero, al cual controlaba desde un aparato que parecía una lonchera. Desde el primer momento que lo vi me sentí lleno de luz, recuerdo claramente que cuando veía un tráiler gigante pasar por mi casa creía, firmemente, que ahí lo llevaban. Claro, nunca se lo decía a nadie.

Un día me quedé dormido en el cuarto de mi abuelo, Guillermo Seminario Lavalle, él llegó y me cargó para llevarme a mi cama. Solía hacer lo mismo desde que tenía tres años, pero aquella vez al darme cuenta que iba entre sus brazos, abrí los ojos y miré hacia abajo disimuladamente y entonces sentí que era Carlos Centella y mi abuelo el “Hombre de Acero”.

Mi abuelo medía 1.82 m y era fornido, nariz respingada, moreno y medio calvo. Así que, de hecho, para mí él era una especie de “Hombre de Acero”. A partir de ahí cuando veía a mi abuelo, lo veía de otra manera. Y creo que mi papá Guillermo se daba cuenta que lo veía con más amor que el de siempre.

El “Hombre de Acero” no solo despertó sensaciones no vividas en mí, sino también curiosidades insatisfechas. Recuerdo con claridad que todo el día andaba pensando en alguna cosa relativa a él, tratando de solucionar algún problema o creando un capítulo donde, lógicamente, yo era Centella, el niño que manejaba el robot. El asunto vino después. Vinieron otros héroes, apareció el “héroe invencible” y los héroes de hoy, ninguno superó al “Hombre de Acero”.

Pasaron los años y crecí, pero siempre extrañaba más de lo normal a este dibujo animado. En la década de los 80 pasaron un dibujo similar, se llamaba “Ironman 28”. Me gustó mucho. Y aunque no era lo mismo, lo veía con gusto, aunque pronto lo sacaron de la cartelera.

Cuando llegó el internet busqué incesantemente toda la serie del “Hombre de Acero”. No tuve mucho éxito, pero encontraba algunas cositas. Recién, hace unos días, encontré la serie completa, pero en japonés. A pesar del idioma decidí empezar a verla y encontré el por qué esta historia se encarnó en mí. Ese dibujo animado marcó algunos conceptos que luego mi formación cristiana y salesiana reforzaron: los valores. La lucha por el bien y la lucha por una vida digna y libertaria reflejada en esta serie, me representan. Además, el “Hombre de Acero” tiene una canción poderosa, tanto que al oírla sabes que debes optar por el bien.

En Japón tienen una serie actual del “Hombre de Acero” o Tetsujin 28, incluso han hecho películas y un monumento del personaje.  Si no me crees, veamos:

Esto me hace pensar que los valores son el secreto de una nación con futuro y de una vida digna. Estoy seguro que si América TV pone en cartelera esta serie tendrá el éxito asegurado.

Por Juan Mejía