Durante la Semana Santa, miles de fieles en todo el mundo participan en procesiones, visitas a iglesias y celebraciones eucarísticas. Sin embargo, existe un día en que no se celebra misa: el Viernes Santo. Esta jornada conmemora la crucifixión y muerte de Jesucristo, y su carácter solemne implica una serie de prácticas litúrgicas específicas.
Según la Iglesia católica, el Viernes Santo se guarda como un día de luto y recogimiento. No se celebra la santa misa como muestra de respeto por la muerte de Jesús. En su lugar, se realizan otros ritos como la Liturgia de la Pasión del Señor, la adoración de la cruz y la comunión, sin la consagración habitual.
¿Qué ritos y sacramentos están permitidos este día?
La Liturgia de la Pasión del Señor tiene lugar generalmente a las 3:00 p.m., hora en que, según la tradición cristiana, Jesús murió en la cruz. Durante esta ceremonia, los fieles reviven las etapas finales de su pasión a través del Vía Crucis, que contempla las 14 estaciones hasta su crucifixión.
En este día, la Iglesia permite únicamente dos sacramentos: la Reconciliación (confesión) y la Unción de los Enfermos. No se celebran bautizos, matrimonios, ordenaciones ni primeras comuniones. Los ritos funerarios, si se presentan, se realizan sin música ni cantos litúrgicos.
Además, los fieles están llamados a practicar el ayuno y la abstinencia de carne como señal de penitencia, según las normas establecidas por la Iglesia católica.
Simbología y elementos litúrgicos del Viernes Santo
Al concluir la misa del Jueves Santo, las imágenes de Jesús en los templos son cubiertas con telas moradas. Este gesto simboliza el duelo por su muerte y busca centrar la atención de los fieles en el sacrificio de Cristo. El color morado representa penitencia, sacrificio y preparación espiritual.
Durante la liturgia del Viernes Santo, los sacerdotes visten ornamentos de color rojo. Esta tonalidad litúrgica representa la sangre derramada por Jesús en la cruz y su martirio.
También se predica el Sermón de las Siete Palabras o Sermón de las Tres Horas, en el que se reflexiona sobre las últimas frases de Jesús antes de su muerte. Esta tradición tiene sus orígenes en el siglo XVII, en el Perú, cuando el sacerdote jesuita Francisco del Castillo realizó una prédica en 1660 que comparaba el sufrimiento de Jesús con el de esclavos e indígenas. Con el tiempo, esta práctica se extendió por otras regiones de América y Europa.