Por Miguel Arreátegui Rodríguez
Puno se desborda en febrero, y el Perú profundo danza en el acontecimiento religioso, musical y cultural más importante del país: la Festividad de la Virgen de la Candelaria, declarada por UNESCO desde el 2014 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
En la primera parte de esta Festividad, miles de danzarines, quechuas y aymaras, a través de sus bailes manifiestan su propia cultura y forma de pertenecer al mundo en el que viven.
Casi todos van ataviados con prendas y adornos agrícolas y pastoriles que hacen referencia a sus labores en el campo, sus semillas, sus frutos, también su pastoreo, su fauna silvestre y su convivencia con la naturaleza.
No importa la lluvia incesante, por que para ellos y ellas no hay nada más importante que expresar su costumbre ancestral de agradecerle a la Pachamama (madre tierra) por los frutos que les entrega, a través de la música y sus ritos.
Estas danzas propias de las comunidades nativas del Altiplano destacan por sus pasos autóctonos, sus trajes ancestrales y la música basada en instrumentos andinos como la zampoña, quena, quenacho, pinkillo, lawakumo y el charango.
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