Los casos de niños impedidos de ver a sus padres son más frecuentes de lo que parece y causan mucha tristeza y sufrimiento para las familias de ambos progenitores, quienes muchas veces se enfrascan en una «guerra» sin fin que no deja ver el cúmulo de daños emocionales que marcan la vida de sus hijos.
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Un niño o niña con problemas de aprendizaje o que llora mucho en el colegio puede estar manifestando ansiedad por no ver al papá, pero esto no se observa a simple vista, sino a través de la evaluación de un especialista, expresó la doctora Patricia Capellino, directora del centro de psicoterapia Oye Papá, Oye Mamá, en el programa Saludable Mente de Andina Canal Online.
La especialista explicó que luego de una separación o divorcio algunas madres -equivocadamente- quedan resentidas y con deseos de venganza. «Cuando ella tiene otra pareja, esto se atenúa; pero cuando no lo tiene, cuando hubo una infidelidad o fueron los papás quienes decidieron poner fin a la relación, entonces la madre queda muy resentida y cobra venganza a través de sus propios hijos».
En su experiencia dijo que lo más común es ver niños o adolescentes que son impedidos de ver a sus papás. «Los casos en los que no se puede ver a la mamá son más raros, porque todo el aparato policial y judicial siempre le da la razón a ella; aunque haya indicios de perversión femenina, es decir, cuando -sin ser conscientes- las madres agredimos a nuestros propios hijos».
Un tipo de agresión
Tal situación está tipificada desde el 2018 como alienación parental y la Organización Mundial de Salud (OMS) la ha clasificado de un tipo de enfermedad y maltrato infantil perpetrado por el padre o la madre cuando impide que los hijos vean al otro progenitor o lo insulta o desvaloriza en presencia del hijo.
«Pido a los jueces, fiscales y policías que no dilaten las tenencias y que se generen espacios jurídicos donde quede claro que el problema es de los adultos y que ningún niño puede dejar de ver a sus padres. No hay ley ni norma alguna que avale eso, salvo en casos comprobados de abuso sexual, físico o psicológico», expresó.
Secuelas
La presencia del padre, añadió Capellino, les otorga a los hijos certezas y posibilidades. «La mamá es fundamental en la vida de los hijos, los acoge, los cuida, y el padre los alienta a que experimenten, exploren y descubran».
Aunque estén separados, cuando hay un padre involucrado con el quehacer de sus hijos estos se alejan del pandillaje o las drogas, respetan a las mujeres, difícilmente son promiscuos, no tienen relaciones sexuales a temprana edad. «Hay una serie de condiciones positivas estudiadas que las madres y todo el aparato judicial deben conocer».
En cambio, agregó, cuando los hijos no ven por mucho tiempo a sus padres sienten mucha tristeza, ansiedad, inseguridad y pueden tornarse agresivos porque proyectan toda su insatisfacción en el grupo que frecuentan. «Son chicos que probablemente han visto que la mamá le cerró la puerta al papá con groserías e insultos».
Casos
La experta citó el caso de un menor en esta situación que fue traído a terapia por sus malas conductas en el colegio. «Una vez llevó un encendedor al colegio y mostrándoselo a la profesora le preguntó si tenía miedo de que incendiase el colegio. Este puede ser el mismo caso del escolar del colegio Dora Mayer, en el Callao. Hay un impulso irrefrenable que no se controla, no respeta la autoridad porque cobrar venganza se vuelve una visión de la vida».
Pero, además, prosiguió, si es una adolescente mujer, con una información irreal o distorsionada del papá ausente, su inseguridad en la búsqueda de un enamorado será notoria si se la compara con una menor que viene de una familia nuclear. En otros casos podría presentar una conducta sexual precoz, embarazo temprano, abuso sexual, bullying. «Puede convertirse en una mujer que siempre construya una relación violenta de pareja».
Capellino también mencionó que ha tenido en terapia a menores cuyos papás solían hablarle mal de la mamá y que curiosamente no tenían ningún reparo en cambiar una enamorada por otra, sin razón alguna. Pero también puede ocurrir que el menor afectado sea en el futuro alguien sometido en sus relaciones de pareja o un masoquista que solo concibe el amor dentro del sufrimiento y de la separación.
Quizá el principal problema que se observa en estos casos, puntualizó la doctora, es que los hijos que no pueden ver al papá o a la mamá se sienten diferentes en el grupo. «Eso lo vi en una niña que competía y se frustraba demasiado cuando perdía, y no soportaba que otras niñas tuvieran papá, mamá, abuelos, y que todo funcionara bien. Perdía el sentido de pertenencia, porque cuando hay estos conflictos ni siquiera puede ver a los abuelos paternos».
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