Por Juan Carlos Mejía Seminario
Desde los griegos y luego los romanos, se tenía claro que era necesario en el sistema educativo una «ciencia» dirigida a trabajar las ciencias no exactas. La retórica tenía como fundamento estructural la verdad.
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Es decir, la retórica era el vehículo que comunicaba la verdad, operaciones lógicas que trajeran consigo la verdad. El problema surgió cuando hace casi 2,500 años aparecieron en escena los sofistas. Estos sostenían que no era importante transmitir contenidos verdaderos, sino que se debía convencer, incluso con mentiras.
Los sofistas le quitaron a la retórica la fuerza de la verdad, le hicieron un daño terrible. Luego, en el siglo VIII después de Cristo, durante el imperio de Carlo Magno renació en la educación formando parte del Trivium: Retórica, Gramática y Dialéctica. El Cuadrivium lo conformaban: Astronomía, Matemática, Música e Historia.
Todo este logro de revalorar a la retórica se cayó en el siglo XVIII con el pensamiento de Descartes. Este dijo que una ciencia debía tener como sello indeleble la verdad demostrable científicamente. Es decir, solo aquello que sea 1 + 1= 2 podía ser ciencia. La ciencia de lo demostrable aplastó a la retórica y fue despedazada como ciencia.
Sin embargo, las tesis de Descartes también han sido descartadas. Resulta que la ciencia también puede ser superada y justamente lo más inamovible son los contenidos filosóficos con contenido ético. El único vehículo de transmisión de esos conocimientos es la retórica.
En consecuencia, la retórica es el vehículo perfecto para la transmisión de realidades no científicas, pero fundamentales como la emoción del ser humano, la vida, la historia. Con la retórica puedes formar conciencia nacional para lograr objetivos humanos. Convertir lo deseable en realidad tangible. No tengamos miedo a opinar y hablar en público. La retórica no es “floro barato” para manipular a la gente, es hora de rescatarla. Ni más ni menos. (Gracias Alan García).
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