Habría que darle un nombre a ese tipo de bulling del que son víctimas las mujeres cuyo pastel de cumpleaños supera las treinta velitas. ¡Es impresionante! La semana pasada, como pocas veces, asistí a dos bodas. Cada una con más detalles que la otra.  A la simple ceremonia del sí acepto. Se le han sumado una serie de formas y modas que terminan por agobiar a los novios y cansar a los invitados que esperan porque toda la rimbombancia acabe para bailar y beber rico y gratis hasta que toquen la marinera.

Sin embargo, todo va bien, hasta que llega la hora del lanzamiento del bouquet. Las mujeres más jóvenes raudas hacen fila mientras el animador anuncia el gran momento. Entonces la presión comienza.

Se ubican a las “maduritas” que no llevan anillo y que esperan agazapadas la lluvia de risas, críticas y preguntas personales. Incluso la moda ahora es listarlas con nombre y apellido para convocarlas al circo. He visto cómo la vergüenza se apodera de ellas, mientras las bromas del por qué siguen soltera apabullan a las felices invitadas. Las chicas deben sacar la lista de excusas, supongo yo, aprendida de paporreta para cumplir y acallar a la muchedumbre que las sofoca.

Las más valientes y empoderadas, que son aún pocas,  se revelan y dicen que no se casan porque no les da la gana. Pero la gente continúa: que ya es tiempo, que busque pronto, que sino parecerá la abuelita de los hijos, que se apresuré y chape  a cualquierita. ¿Cuándo acabará esta costumbre de mal gusto de andar de policía de la soltería de la gente?

Soy de los convencidos  de que las mujeres no vienen con fecha de caducidad y que su ser entero no se agota en la maternidad, ni en es ser la señora fulanito de tal. El matrimonio es un paso serio porque decides por voluntad propia entregar tu vida a otra persona  y volverse uno solo hasta que uno mismo,  las estrellas, el destino, la suerte, Dios o en  quienquiera uno cree, lo determine.

Llegar a los treinta o cuarenta soltero o soltera no debe obligar a nadie, ni hombre ni mujer a dar explicaciones del por qué no se casan. Paremos esta sutil pero cruel persecución, que resulta incomodísimo para ellas y ellos a quienes también les cae palo con la estúpida frasecita del soltero maduro. Que tiren el bouquet, saquen la liga, rompan las copas y todas las tradiciones sin meterse en las decisiones de los invitados y que empiece la fiesta.