Siempre ha sido inalcanzable a mi entendimiento la muerte. No existe para mí explicación alguna que termine algo que por definición es inmortal. El alma una vez creada y entregada no tiene fin.

De pronto ver que, esa luz que habitaba un cuerpo lo deja frío y yerto, no tiene para mi ni sentido ni lógica alguna. Si esto es aplicable a todos, me resulta más insuficiente a mi entendimiento la partida inusitada, aquella sin explicación alguna. Aquella signada por la desgracia de un accidente o la enfermedad súbita y mortal.

Hace unos días ha partido de éste mundo la hija mayor de unos inestimables amigos: Allison. Ella tenía 25 años y el impacto de su rápida partida me sacudió el alma. Volvió a detenerme en ese espacio atemporal al que ingreso de vez en cuando para poder entender lo inentendible.

¿Cómo pudo mi alma descender a la tristeza en grado sumo si Allison y yo no hicimos lazos?, ¿Cómo pudo sacudirme de dolor su súbita partida si ella y yo nunca nos sentamos a conversar tanto ni a confiarnos un mar de cosas? Pues, por sus padres, Sandro y Jorge (Gato).

Ellos son mis amigos de toda la vida. Tenía la mirada de Sandra, la vivacidad y bondad de ambos. La sentía cercana por ser sobrina de uno de mis amigos de toda la vida, Víctor. ¿Cómo pude enmudecer mi alma y apenar mis emociones? Pues por la abuela, la señora Violeta, que durante años me ha querido mucho.

¿Cómo puede entenderse que una niña que estaba bien hace unos días, unas horas antes, en tan solo 12 horas, Dios haya decidido que ella vaya a su lado? Sigo sin respuestas. Así como cuando partió súbitamente mi madre y se apagó la luz de mi alma.

Allison no está, Allison se fue. Es cierto y el desconsuelo es la primera respuesta que nos ofrece la vida. No es necesario entender, ni tampoco aceptar situaciones así de complejas; simplemente lo son, existen. Sin embargo, hay algo que también vence la oscuridad de la aparente ausencia, la luz clara de su presencia en cada acto que nos regaló.

Desde el primer día que la trajeron recién nacida y la vi pequeñita en los brazos de su madre, desde que quisieron ponerla unos segundos en mis brazos; Allison está, no se fue.

Está en cada trozo de sus pasos por éste mundo, en mi recuerdo, en las pocas veces que me dijo tío. Cuando la veía era para mí detener el tiempo en aquellos años felices con mi barrio feliz. Allison está, Allison no se fue.

Está en cada abrazo a sus padres, a sus hermanos y a sus amigos. Ella está viva, claro que sí, lo sé yo y todos lo saben. La muerte nunca la he entendido porque no existe, lo sé yo y todos saben que lo que sé. Allison está, sé feliz pequeña.

Allison está, no se fue. La Luz de sus actos y de su presencia ha mostrado una vez más que la muerte no existe, solo la vida y esta todos la entendemos. Ni más ni menos.

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