El alcalde Kiev, Vitali Klitschkó, dio la orden de desmantelar el monumento a la Amistad con Rusia; el cual conmemoraba la «reunificación» de los dos países de la Unión Soviética.
«Con Rusia todo se ha acabado. Este monumento fue construido para conmemorar la reunificación con Rusia. Deberíamos convertirlo en un monumento de la unificación de las tierras ucranianas. Quitarlo es absolutamente correcto», dijo esta semana el alcalde de la capital ucraniana, Vitali Klitschkó.
La historia de Ucrania, tierra de fronteras, ha estado marcada por la dominación según qué momento y región por Polonia y Rusia, bajo cuya influencia llevan territorios como Jarkov desde el siglo XVI, mientras que otros como Leópolis permanecieron alejados de su influjo hasta el 1945.
Un recuerdo
Pese a los lazos históricos con Moscú, no es fácil encontrar en Kiev a alguien que se oponga a tal derribo. Al contrario, hasta el lugar donde trabajan los operarios se acercan cada día centenares de personas que quieren inmortalizarse con lo que consideran el símbolo de la nueva etapa que comienza Ucrania.
Así lo creen al menos Sergei y Sergei, dos amigos tocayos miembros de la Defensa Territorial que acuden a retratarse porque, dice uno de ellos, quieren «formar parte de un momento histórico».
«Era un monumento innecesario aquí, era un símbolo del esclavismo. Los rusos siempre nos han dominado y han pensado que somos sus sirvientes, y eso se ha acabado para siempre», dice uno de los soldados.
El otro Sergei asiente y añade: «Los rusos están impidiendo a la gente de Ucrania que ejerza su libertad. Y nosotros queremos ser libres. En Rusia cien por cien garantizado que no te puedes hacer esta foto», dice señalando lo que queda del monumento.
¿Una enemistad eterna?
El año 2014 está grabado en la mente de los ucranianos como el momento en el que el conflicto estalló.
A la revolución del Maidán de 2013 y 2014 y la huida del presidente Víktor Yanukóvich le siguió la invasión rusa de Crimea, una península ahora anexionada por Vladímir Putin sin el reconocimiento de la comunidad internacional, en la que la mayoría de la población hablaba ruso y tenía fuerza el movimiento separatista.
No pertenecía a él, ni por asomo, Dima, un joven de 36 años natural de Shelkino, en Crimea, que atribuye a la «propaganda» la presencia de gente prorrusa en su región. Se acerca con su bicicleta a la plaza para ver el derribo del monumento. «Por supuesto que estoy de acuerdo», dice.
«Yo soy ucraniano, no ruso. Nunca, nunca, nunca apoyaré al Gobierno ruso. Creo que después de esto nunca más volveremos a ser amigos», asegura Dima, que ya ni siquiera vuelve de visita a casa porque también sus familiares se mudaron a Kiev tras la «ocupación».
También de Crimea es Katherine, una joven de unos 20 años natural de Feodosiya a quien nunca le gustó el monumento no solo por la relación con rusia, sino porque «era machista».
Ella vino a Kiev a estudiar en 2018. Toda su familia de Crimea es proucraniana, y su madre, que sigue en Feodosiya, quiere trasladarse también a la capital cuando acabe la guerra porque su deseo es no vivir bajo el amparo de la Federación Rusa.
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