Por: Pilar Agurto, Karla Arbulú y Ana Paula Coz
Un viernes al mediodía nos dirigimos a la segunda etapa del asentamiento humano de Los Tallanes, ubicado en el evitamiento este, en el Km 3, en la ciudad de Piura, con la finalidad de conocer cuánto ha afectado la pandemia en la educación de los niños que viven ahí.
Llegar fue toda una odisea: para empezar, queda a las afueras de la ciudad, donde el tráfico es caótico; además, su ubicación no lo registra el Google Maps y tampoco hay carteles de señalización, por lo que estuvimos perdidas una hora.
Preguntamos a las personas que encontramos a lo largo de la carretera; sin embargo, no supieron darnos razón, ni siquiera habían escuchado el nombre del lugar que estábamos buscando. Finalmente encontramos a alguien que nos supo guiar.
Nos surgían preguntas como ¿qué tan olvidado o qué tan desconocido es Los Tallanes 2 para Piura si ni siquiera las personas aledañas sabían de su existencia?, ¿ocurriría lo mismo con las autoridades?
No demoramos mucho en encontrar las respuestas a nuestras dudas. Llegamos y, sin preguntar, nos topamos con una triste realidad: postes descascarados sin cables de luz y la gente cargaba el agua en baldes. Tampoco había pistas ni veredas, todo era arena. Las casas eran de un solo piso, construidas con triplay y solo una calamina los protegía del sol abrasador.
Ubicamos al dirigente del lugar, el señor Carlos Campos, quien nos señaló que el asentamiento existe desde el año 2011 y está conformado por 150 familias. Hasta la fecha, carecen de servicios básicos de luz y agua, debido a un problema legal irresuelto que, entre otros impactos, afecta la educación de los 350 niños de la zona.
Por los casos de tres familias, que se encontraban afuera de sus casas, conocimos la realidad educativa en tiempos de la Covid-19. Al principio se mostraron temerosos, no obstante, al explicarles nuestra intención, cedieron y nos abrieron las puertas a la intimidad de sus hogares.
Entre los miembros de las familias que entrevistamos había tres niños en etapa escolar, a quienes llamaremos: Pablito (14), Juanito (11) y Carlitos (4), para proteger sus identidades. Los tres comparten el mismo miedo: la incertidumbre de no saber si van a lograr culminar el año escolar de manera satisfactoria por la falta de luz y las limitaciones tecnológicas.
Al igual que el resto de niños del lugar, no pueden ver televisión y solo cuentan con un celular por familia para desarrollar sus clases, el cual no es un medio suficiente para el número de hermanos que integran por hogar.
Además, sus mamás tienen que caminar cinco cuadras diarias al “Universo Escolar”, la única tienda donde pueden cargar las baterías de sus equipos, sacar copias, imprimir y comprar datos para sus teléfonos.
A esto, se le suma que solo cursan de una a tres asignaturas, vía llamada por Whatsapp, con una duración de 30 minutos cada materia. Estas se dan una por semana o, a veces, interdiario.
Durante ese tiempo, las clases tienen más importancia en lo que el profesor explica a la madre cómo enseñar a sus hijos en casa, que la enseñanza de la propia materia al alumno. La situación es muy delicada.
Estos casos visibilizan que la realidad educativa y motivacional en esta parte de nuestro país es triste para los niños. En tiempos de crisis por pandemia es cuando se puede observar más la precariedad de este sector en el Perú: profesores poco capacitados, desigualdad de conocimientos, acceso limitado a las tecnologías y una enseñanza poco idónea.
Cuando salimos por las arenosas calles de Tallanes II teníamos más preguntas que al inicio de la jornada: ¿Por qué la educación, derecho fundamental de todo ser humano, no es accesible para todos? La UGEL de Piura, al vigilar el servicio educativo de las instituciones de estos niños peruanos, ¿por qué no responde por la situación? Además, independientemente del caso legal de posesión de los terrenos, ¿por qué los niños tienen que estar seriamente afectados? ¿Por qué las madres tienen que cargar con la enseñanza? Y, para cerrar este texto, ¿tú podrías vivir 9 años sin sumistro eléctrico?