A continuación presentamos la columna de opinión de nuestro colaborador, Juan Mejía.
Han tenido que pasar 20 años para escribir esto. Durante 20 años he guardado silencio frente a la pregunta insistente, morbosa y dolorosa. ¿Qué pasó el 15 de noviembre del año 2000? ¿Qué pasó ese día en mi vida entre las 7 a.m. y las 7 y 20 a.m. de ese día? Ni a familiares ni a nadie le he relatado nada de nada.
Siempre he sorteado esa pregunta. Los primeros años más.
Ese día conocí el azote de Dios. Ese día mi madre partió inusitadamente. A las 7:20 a.m. un bus interprovincial embistió a una combi que iba a Catacaos. 10 personas murieron instantáneamente. Entre ellas mi madre. Mi madre partió y nunca más volvió.
Apenas 3 días antes, el 12 de noviembre estuvimos juntos los 3. Mi madre, mi hermano y yo. Aquél 12 de noviembre del año 2000 era domingo. Mamá llegó a casa y se puso a preparar mi almuerzo y el de mi hermano. Luego de ello, me llamó y me dijo que quería hablar conmigo y mi hermano.
Nos sentamos en la mesa del comedor de aquella casa de Angamos. Y mi madre empezó a decirme cosas como si fuera a partir de viaje. Sin ninguna explicación. Mi hermano es testigo de aquello. Me dio un listado de cosas que quería que hiciera si ella no estuviera. Fue extraño. Y quedamos que yo en diciembre le pagaría el arreglo de su dentadura. “Tienes que ayudar a tu hermano. Tú sabes que el “cholito” es como un hijo para ti. También nunca dejes de ayudar a Karla y también de paso a Wilhem”
Esa fue la última vez que vi con vida a mi madre. Justamente esa tarde del 15 de noviembre del 2000 ella iba a venir a la casa otra vez. No pudo ser. Esa mañana me levanté temprano, me lavé y me puse a orar como cada Mañana. Me fui a orar a la capilla del “Verbum Dei”. Mientras yo oraba, ella entregaba su vida. Seguro se asustó. Y luego del impacto partió instantáneamente. Lo supe, por que el médico me lo dijo. Mi madre no sufrió. Ella partió inmediatamente.
Cuando llegué a mi trabajo, me llamaron de casa diciendo que habían señalado que mi mamá no llegaba aún a trabajar. Entonces, pedí permiso. Y salí a buscarla en un taxi. Alquilé un taxi. Y me fui a Catacaos. Llegué donde trabajaba. Y me dijeron que no había llegado.
Ya en Catacaos me puse a buscarla en el Centro Médico y no estaba. Al volver a Piura, volví a ver la misma aglomeración de gente en el trébol, en el cruce de Piura a Catacaos que la atravesaba la carretera que lleva a Lima. Pero no me detuve por que no podía ser. Me fui a los Hospitales tanto al Regional y luego al Reategui.
Cuando salía, me llamó mi primo hermano Karlo. Habían encontrado a mi madre. Debía ir yo a reconocer el cadáver de mi madre. Nadie más lo podía hacer. No le permitieron a mi tío Otto. Mi tío esperó mi llegada. Me abrazó. Y entre a verla. Igual que en las películas. Me acerqué acompañado del médico. Retiró la sábana que la cubría y la pude ver. Era mi madre. La abracé. Y le hablé al oído. No lloré. El médico habló: “Su muerte ha sido instantánea.
No ha sufrido nada. Impacto y su alma partió. Lo extraño es que no tiene ningún golpe de consideración. Y un pequeño corte en la cabeza. Solo ello.” Al volver la espalda, mi tío Otto, me abrazó. Y se acercó recién a ver a su hermana. Solo lloraba y movía la cabeza. Y me miró otra vez y sin hablar me movía la cabeza. Yo lo abracé. E hice lo que mi madre en enero de ese año, me había pedido. Me había pedido que el día que partan mis papás abuelos (sus padres de ella) debía estar tranquilo para ayudarla a ella en esos momentos. Y eso hice.
Lo más doloroso para mí, era que no pude tirarme en una cama para llorar. Debí personalmente tramitar el certificado médico. Luego el certificado de Defunción. Luego debía ir a buscar el nicho, el féretro, ir a la Beneficencia Pública para tramitar todo. Yo lo hice solo. No me quejo. Solo lo cuento. Me encargué de todo. Hubo que traerla a casa. Al llegar, debí dar la noticia a la familia.
Mi mamá abuela no parecía creer semejante barbaridad. Me abrazó y le dije: “Mamá ya está con Dios”. Luego de la reacción de todos. La familia entró en shock. Y surgió el primer problema. Había un hermano en Estados Unidos y había llamado pidiendo que lo esperaran. Iba a llegar el sábado 18. Casi 4 días expuesta mi madre. Pues el sepelio sería el sábado por la tarde. Frente a un hecho tan doloroso, mi hermano y yo queríamos sepultarla al día siguiente. Sin embargo, accedí a ese pedido. Y fueron 4 días terribles. Pero de mucha oración. Llegó mucha gente.
No entendí como pude soportar tal presión. Me admiraba la cantidad de gente que llegaba a verla a ella por que la querían en exceso. Llegaron los salesianos, los amigos de mi hermano, pero también gente que conocía a Otto, su hermano. Y lógicamente Mucha gente que conocía a Juan Carlos, su hijo mayor. Es decir yo. Cuando llegó el hermano Raúl de Estados Unidos, lloró inconsolablemente frente a su hermana. Luego abrazó a su madre y a mi hermano.
El día del camino final le hicimos misa en el Colegio Salesiano. Y luego el tránsito final. Ver a mi pequeño hermano de 15 años muy débil. Mi hermano es vivo retrato de mi madre. Y entonces decidí no separarme de él en el camino final. Alquilé un taxi para los dos nomás. Decidimos no cargar el féretro. Al llegar al lugar sabía que habría un problema. Todos se iban a despedir y era largo y doloroso. Así que regalé 1 hora. Y luego contra la voluntad de todos ordené el acto de sepultamiento.
Luego los 9 días de rezo obligatorio prolongaban esa agonía en el alma. Fue altamente traumático. Y todos los 15 días tuve que responder a todos sus incesantes preguntas: ¿Juan y cómo fue? ¿Agonizó tu madre? . El tema es que ese calvario se empezó a hacer largo. Los días pasaban y seguían las preguntas indiscretas de mucha gente. Durante esos días mi foto apareció en todos los periódicos. Había decidido para mi vida el silencio.Pero la partida de mi madre, me rodeaba de la prensa. Todos los días frente a mi casa los periodistas.
Esa exposición inmensa mediática hizo que en los siguientes meses y años me subiera a cualquier taxi y me decían los taxistas: ¿Usted no es el Dr. Mejía? ¿No es el que perdió a su madre yendo a Catacaos? En esos tiempos me sentía acosado.
Recuerdo que en casa tenían prohibido todos de hablar en mi delante de mi madre. Solo hablaban cuando yo hablaba. Mis abuelos no comían. Llegaron los médicos y dijeron que la familia había entrado en depresión colectiva y que no había pronóstico de cuando saliéramos. A pesar que había decidido otras cosas para mi vida, tuve que hacerme cargo de mi hermano y decidí regresar a vivir con mis papás abuelos. Sabía que el efecto psicológico sería poderoso.
Al verme llegar ellos veían llegar a su hija. Y para mis tíos igual. De pronto se reunieron en casa de uno de mis tíos y me comunicaron su decisión de designarme hermano. El único nieto al que dieron esa designación. No se la han dado a nadie más. Desde ahí la alianza con mis abuelos se hizo poderosa. Y mis tíos me preguntaban de todo a mí. Mi voz era lo que se hacía en la familia.
¿Cuánto duró ese dolor? Pues, hubo una forma de saberlo para mí. Cada año para esta fecha sacaba los diarios de esos días. Y cuando los abría lloraba sin consuelo. Eso sucedió hasta el 2006. Fueron 6 años. En el año 2006 los pude abrir y leer todo sin perder la compostura. SI había dolor, pero lo podía contener. Pude a partir de ahí hablar de mamá de la forma más natural.
Hay una peculiaridad. Desde ese día le pedí a Dios que me regalara poder oír con su voz a mi madre siempre. Bueno pues, no ha habido ni un día que haya dejado de oír a mi madre. Hasta hoy.
Este 15 de noviembre se cumplen 20 años de su inusitada partida. Me parece maravilloso que ahora por primera vez pueda escribir de ella. De ese día fatídico y extraño. 20 años. Increíble. Tendrías madre 75 años. En estos años no me has faltado ni un día. Ni uno solo.
Y ahora madre, Hoy, voy a verte de nuevo, voy a envolverme en tu ropa, Susúrrame en tu silencio cuando me veas llegar. Hoy, voy a verte de nuevo, voy a alegrar tu tristeza, Vamos a hacer una fiesta pa’ que este amor crezca más.
Madre. Feliz 20 años de estar con Dios.
Ni más ni menos.