El proceso salud-enfermedad es un fenómeno complejo que involucra componentes biológicos, psicológicos y sociales. Cada uno influye de manera directa en la salud de las personas. La medicina moderna reconoce que no basta tratar los síntomas físicos; también es fundamental considerar el entorno social y emocional del paciente. En una edición del programa «Médico en casa», el Dr. Wilson López Paiva, especialista en medicina complementaria, explica la influencia del estilo de vida en el proceso salud – enfermedad.
Este enfoque integral permite comprender que diversos factores, como el estrés, la contaminación ambiental o el aislamiento social, pueden desencadenar enfermedades. Por ejemplo, una comunidad expuesta a metales pesados, como ocurre en ciertas zonas mineras del Perú, enfrenta altos riesgos de desarrollar problemas de salud desde la infancia.
Etapas del proceso salud-enfermedad
Existen tres fases fundamentales en este proceso. La primera es la etapa de pre-enfermedad, cuando una persona parece sana pero está expuesta a factores de riesgo. Estos pueden ser genéticos, ambientales o relacionados con el estilo de vida. Por ejemplo, tener antecedentes familiares de diabetes o hipertensión aumenta el riesgo, incluso si no hay síntomas visibles.
La segunda fase es la aparición de la enfermedad, que ocurre cuando los síntomas comienzan a manifestarse. Finalmente, llega la etapa de tratamiento o resolución, en la cual se busca controlar, revertir o mantener la patología, dependiendo del caso.
Una detección temprana puede marcar una gran diferencia en el pronóstico del paciente. Por ello, es clave promover hábitos saludables incluso antes de presentar señales de alerta.
Estilo de vida: factor decisivo en la salud
El estilo de vida se refiere a las decisiones y comportamientos que una persona adopta a diario. Incluir prácticas saludables puede prevenir hasta el 80 % de las enfermedades crónicas. La alimentación, el ejercicio, el descanso, la gestión del estrés, las relaciones sociales y evitar hábitos tóxicos son los seis pilares fundamentales.
Diversos estudios respaldan la eficacia de este enfoque. La medicina del estilo de vida es una rama basada en evidencia científica, que busca prevenir enfermedades antes de que se desarrollen. A diferencia de otros enfoques curativos, esta disciplina se centra en generar cambios sostenibles en la rutina del paciente.
Un estilo de vida saludable no solo previene enfermedades como diabetes u obesidad. También mejora la calidad de vida, el estado de ánimo y el bienestar emocional.
Alimentación: una herramienta terapéutica
La forma en que nos alimentamos impacta directamente en la salud. Con la llegada de la comida rápida y productos ultraprocesados, la dieta de los peruanos ha cambiado de manera drástica. Esto ha generado un aumento en el consumo de grasas, azúcares y aditivos.
Una dieta equilibrada debe incluir frutas, verduras, agua pura, semillas y alimentos con bajo contenido de sodio. Además, se recomienda realizar cinco comidas diarias, adaptadas al gasto energético de cada persona. El uso de germinados, por ejemplo, permite aprovechar al máximo los nutrientes de semillas como lentejas o alfalfa.
Por otro lado, leer las etiquetas nutricionales ayuda a tomar decisiones más conscientes. Los octógonos de advertencia —como “alto en azúcar” o “alto en grasas”— permiten identificar productos que podrían perjudicar la salud si se consumen con frecuencia.
Estrategias para adoptar un estilo de vida saludable
Mejorar los hábitos diarios puede parecer difícil al principio, pero no es imposible. Lo más importante es evaluar el estado actual y plantear objetivos alcanzables. Iniciar con pequeñas acciones, como incluir una porción diaria de fruta o reducir el consumo de gaseosas, genera un cambio significativo con el tiempo.
La actividad física también es esencial. No es necesario realizar rutinas intensas desde el primer día. Caminar, subir escaleras o realizar ejercicios suaves puede ser un buen punto de partida. El cuerpo necesita tiempo para adaptarse, y los resultados llegan con constancia.
Finalmente, se recomienda involucrar a la familia en el proceso. Cambiar los hábitos en conjunto crea un entorno más favorable. Además, disminuye el riesgo de recaídas al contar con un sistema de apoyo sólido y motivador.