Manuel Prendes Guardiola
Llegué a temer que Dunkerque no llegara a estrenarse en Piura, a despecho de su buena acogida mundial y de proceder del mismo realizador que la trilogía de Batman o El origen. El cine histórico, e incluso el bélico, tiene que esforzarse por atraer a nuestra masa de espectadores. No ayudaría a la nueva película de Christopher Nolan su sobrio cartel de soldado anónimo en playa, que, cambiado por la habitual «foto de familia» de los protagonistas, hubiera resultado también decepcionante ante la falta de celebridades. Tampoco la favorecerá el título, referente histórico-geográfico mayormente desconocido, como dijo el guachimán. A una película de la Segunda Guerra Mundial, para que le perdonen lo que sea, conviene más bien retitularla algo así como Corazones de acero y sacar bien visibles, por ejemplo, a Brad Pitt y al chico de Transformers.
Pero el caso es que la película sí se estrenó en algunas salas y, mejor aún, ha resistido (con bajas) la segunda semana de proyección, así que aún es posible animar a los espectadores a escogerla.
Contextualizo brevemente el episodio. En 1940, la fulminante ofensiva alemana sobre Francia dejó a los ejércitos aliados rodeados en el puerto de Dunkerque. El gobierno británico organizó una ambiciosa operación de rescate marítimo (la «Operación Dinamo») que logró conducir a Inglaterra más de 300.000 soldados ingleses y franceses. Pocas veces en la historia una derrota táctica habrá tenido semejante sabor a victoria, convertida en preámbulo de la larga y exitosa resistencia del Reino Unido a las tropas hitlerianas. Sobre cómo continuó la historia acto seguido, a quien le interese acercarse a ella a través del cine le recomiendo ver La batalla de Inglaterra (1969); y, sobre la revancha de los aliados cuatro años más tarde, El día más largo (1962) y Salvar al soldado Ryan (1998).
El cine bélico a menudo se reduce al espectáculo de explosiones y tiroteos, o bien incurre en el exceso opuesto de aburrir al espectador «bombardeándolo» con datos históricos. Dunkerque evita ambos vicios con brillantez. En materia de suministro de datos, resulta extremadamente sobria: los consabidos rótulos introductorios provocan más inquietud que información, para la que resultan más naturales y efectivos pequeños recursos como la ojeada a un periódico o a una de las octavillas arrojadas por los alemanes. También el oficial interpretado por Kenneth Branagh suministra cierta perspectiva global, sin recurrir a las tediosas escenas de mapas y oficina típicas del cine bélico con vocación didáctica.
En cuanto a la acción militar, la película se beneficia de que el episodio de la historia no sea la batalla, sino la Operación Dinamo. Tiene el acierto de interesar al espectador no por el desenlace de unos hechos que ya están documentados en otros lugares, sino por el destino de unos pocos héroes. Nolan exhibe aquí su reconocida maestría para manejar el ritmo narrativo, el juego con los tiempos y los puntos de vista, conjugando tres peripecias: las protagonizadas por el joven soldado que espera la evacuación, el patrón de un pequeño yate que acude a colaborar en esta, y el piloto que acude desde Inglaterra para protegerla junto con sus dos compañeros. Estos son, por cierto, los únicos «combatientes» de una película en la que el enemigo, salvo por la presencia de sus aviones y proyectiles, es sencillamente invisible. La inquietud por la suerte que corran los mencionados héroes, y cuantos comparten su empresa, se ve favorecido por el recurso al suspenso, a la dilatación de las escenas de peligro e incertidumbre. Es muy destacable la transformación en trampas mortales de los espacios cerrados (las bodegas de un barco, la cabina de un avión) en los que los personajes buscan refugiarse de la aparente inseguridad del cielo abierto.
El diseño de los personajes es igualmente parco y eficaz. Algunos van revelando, detrás de sus actos, los motivos de su actuación; todos, en cualquier caso, muestran distintas facetas de grandeza y miseria: tanto el miedo y el desprecio por el débil o el ajeno al grupo como, muy especialmente, el sacrificio y el sentido del deber, el compañerismo, la piedad o la entereza ante el fracaso. Sin discursos grandilocuentes, somos también testigos de una noción de patria como extensión del hogar, la familia y la labor cotidiana, que a veces se pretenden reemplazar con su trasfondo (no debe ser otra cosa) de banderas, folclores, recuerdos históricos y récords mundiales. Lo acontecido en Dunkerque en 1940 resulta, con todas sus sombras, una página admirable de la historia; películas como las de Christopher Nolan elevan la anécdota a ejemplo, y también disculpa, de la condición humana cuando se ve puesta a prueba.