Marzo de 1985. Al levantarme recordé que había soñado. Estaba en un pequeño patio circular rodeado de paredes de madera empotrada. De pronto en el sueño, un portón se corre del lado derecho y pude ver abajo el recinto del congreso. Miré como se colocaba la banda presidencial un hombre blanco, alto y risueño.
Lo supe. Faltaba un mes, pero yo ya sabía que ese joven hombre sería Presidente. Lo vi levantar el brazo derecho y luego el izquierdo. Al levantarme de ese vívido sueño no me lo guardé. Tenía 17 años y era comunicativo. Se lo conté a mi madre y a todos los que podía.
A mi manera decía: “Alan va a ganar las elecciones”. Me respondían, las encuestas dicen que habrá Segunda Vuelta. El que va primero tiene 22% y el segundo tiene 19%. Y yo respondía: “bueno no sé pero yo sé que Alan va a ganar las elecciones. El será Presidente. Es más, nadie le pondrá la banda, él se la pondrá solo y luego levantará el brazo derecho y después el izquierdo”.
“Vamos Juan, estás alucinando. Está bien que digas que piensas que el ganará, pero no sabes si él se pondrá la banda y mucho menos si levantará los brazos”, me decían. “Bueno, yo estoy seguro”, respondía.
Y llegó el día, Alan ganó las elecciones en primera vuelta con 54% y cuando hubo la transmisión de la toma del mando pude ver que él solo se puso la banda. Recuerdo que estábamos mi tío médico Carlos Seminario Gellszhun, mi abuelo Guillermo y yo.
De repente vi a mi abuelo como lagrimeaba, lloraba al ver a Alan ser presidente y a mí también se me hacía un nudo en la garganta al ver la escena. Se me escaparon las lágrimas al ver como él tomó la banda de las manos de Luis Alberto Sánchez Sánchez y se la puso él solo. Luego levantó el brazo derecho seguido del izquierdo.
Yo era joven y quería ser algún día presidente también. Me emocionaba saber que esa escena antes ya la había soñado. Antes que suceda yo ya la había vivido. Desde esa fecha yo ya me sentía amigo de Alan García y este hombre ni me conocía. Cada vez que daba un balconazo me ponía a verle y me sabía de memoria sus discursos. Imitaba su voz y todos mis amigos del barrio Sur de Piura se arremolinaban a mí alrededor para oírme y me aplaudían.
Cada vez que había un balconazo mis amigos me avisaban. “Loco Alan está hablando en la plaza de Armas de Lima” y yo salía corriendo a verle. A veces no me daba el tiempo y la Señora Silvia Arámbulo me hacía entrar a su casa. “Corre hijito, corre acaba de empezar”. Era un clásico en el barrio que yo corra a oír a Alan.
Un día oía con suma atención su discurso y el hermano de mi madre, mi tío Guillermo me dijo: “Oye Juan Carlos tu mucho le admiras… ¿Verdad? Sí tío, le dije. Parece un hombre bueno que quiere hacer mucho por su patria. Entonces me dijo, “¿Por qué no le escribes?, ¿Por qué no lo haces?”. Pensé ¿Qué le digo tío? “Dile que quieres estudiar y no tienes los medios para hacerlo. Que tienes a una madre y un hermano a quienes quieres ayudar”.
Entonces, un sábado de febrero de 1986 lo hice, le escribí. Tenía yo 18 años y escribí a la dirección que me dio mi tío, Jirón Pescadería S/N; Palacio de Gobierno. Entonces, sucedió lo impensable. Como en cuento hadas, casi diez días después mis amigos me avisaron que Alan había empezado un balconazo y fui corriendo a verle. Empecé a verle, a oírle: “Me dirijo a las madres que cada día luchan en los arenales del Perú por sus hijos, a los campesinos, a los orfebres, a los agricultores”. Igual que siempre su discurso era sectorizado y se iba a dirigiendo a todas las porciones de pueblo.
De pronto miró la cámara que lo enfocaba en el balcón de Palacio y dijo algo que nunca olvidaré y aún resuena en mi alma. “Me dirijo a ti joven que me escribes. A ti que me cuentas que quieres estudiar por tu madre, por tu hermano. A ti me dirijo para decirte querido joven, querido amigo, que no te sientas solo. Levántate de la vereda de la pena y la desesperanza. Levanta tu alma, que despierte tu corazón. Levántate y échate andar por las alamedas del Triunfo. Sé presidente de tu propio destino, sé líder de tu propio camino”.
Yo estaba llorando, no sabía que decir ni salía de mi asombro. Era casi un niño, tenía 18 años. Y sentía que ese pedazo del discurso era para mí. Como en un mensaje cifrado, mágico para mí. Y entonces volví a recordar el Sueño de verle asumir la presidencia. Mi amigo que sabía lo que había hecho. Oscar Herrera Arámbulo esa noche no soportó la curiosidad.
“Juan Carlos. ¿Hablaba de ti verdad hermano?”. No creo Oscar, pero una voz por dentro me decía que era para mí y yo que vivo mirando los regalos de Dios, sentí uno. Sentí que si un Presidente se había dirigido a mí era porque Dios lo inspiró a ayudarme, a sacarme de la depresión. Y seguí su consejo. Me hice líder de mi propio camino, presidente de mi propio destino. Alan ese día me salvó la vida, le dio contenido a mi vida.
Tuvo ascendencia sobre mí. Me dio las fuerzas suficientes para luchar por mis sueños. Nunca supe si yo era el joven al que él se dirigió aquella noche, nunca lo supe. Yo sentía que era para mí, pero a veces dudaba y decía, seguro muchos jóvenes le escriben y se dirige a otro. Pero yo recordaba: “Me dirijo a ti joven que me cuentas que quieres estudiar por tu madre y por tu hermano” y por dentro una voz me repetía: “Era para ti Juan Carlos, no lo dudes”.
Luego de ese mensaje decidí yo solo salir a trabajar y luego a estudiar. De pronto, en el mes de Setiembre de 1986, sino me equivoco, Alan García volvía a Piura a inaugurar varias obras; entr ellas un mercado del Pueblo, detrás de la casa de mi madre en el asentamiento San Martín. Mi hermanito tenía 1 año y medio.
Ese día sucedió lo impensable. Mi madre se fue con mi pequeño hermano Rhaul Sosa Seminario a ver la inauguración del mercado del Pueblo y al salir el pueblo rodeó a Alan. Alan miró a mi hermano y le dijo a mi madre: “Démelo” y mi madre se lo dio. Alan, el joven presidente de 36 años levantaba a mi hermano y este sonreía. En esa época no había celulares con cámara y nadie registró en una foto o en un video esa escena, pero mi madre quedó impactada.
Yo no estuve ahí, no vi la escena, me la contó mi madre y los vecinos al día siguiente. Una vez que terminó el presidente sus actividades en Piura ya debía volver a Lima. Yo ignoraba lo que había sucedido esa mañana de aquél día entre mi madre, mi hermano y Alan; pero esa tarde pasaba la caravana oficial de vehículos llevándolo al aeropuerto de Piura, pasaban por la Bolognesi y mis amigos gritaron: “Alan, Juan Carlos es Alan” .
Yo corrí como si me siguiera un toro de 600 kg y llegué a la Bolognesi. Iba vestido con un polo verde oscuro sin cuello y con una Buzola Roja más mis zapatillas. Llegué y esperé el carro oficial. Aquél que tenía las banderas peruanas. Me metí entre la policía y el carro presidencial sobreparó. Me acerqué y se abrió la luna polarizada, lo vi, era Alan. Sacó su mano y yo se la estreché. Quería decirle: “Presidente yo soy el de las cartas”, pero el vehículo avanzó.
Al día siguiente fui a verle a mi madre. Iba feliz con mi historia diciendo que Alan había parado el vehículo para saludarme y mi madre me contó su historia con mi hermano y el presidente. En serio que me sentí pequeño y decidí ya no contarle la mía, la de ellos era más bonita e interesante. Años después se la conté a mi madre y ella sorprendida me dijo: “Es decir hijo, ese día el Presidente estuvo con los 3, con tu hermano, conmigo y contigo”.
Desde ese día decidí que Alan era mi amigo. No sabía cómo explicarlo, pero sentía que demasiadas conexiones no eran casuales. Era como si una Fuerza Especial y casi celestial quería que nos encontráramos siempre. Un profundo afecto de hijo a padre o de hermano menor a hermano mayor nació en mi persona por Alan García. Me sentía en una deuda permanente con él por esa respuesta espectacular desde balcón de palacio. Quería creer que no era para mí, pero una voz insistente interna me decía que era para mí.
Cuando el 05 de Abril de 1992, Fujimori dio el Auto Golpe, mi instinto me decía que querían matarlo. A las 10:00 pm, mientras Fujimori leía su discurso golpista. Yo sentí la necesidad de tomar mi rosario y pedir con toda mi alma que huyera y que no le pasara nada. Cuando se exilió en Colombia y Francia en los 90 y salían las noticias que Fujimori solicitaba su extradición, mi madre Johana nos solía decir: “No se preocupen hijos. No le pasará nada. Colombia no lo entregará”.
Mi madre no se equivocó. Cuando en el 2001, vuelve al Perú luego de casi 09 años de Exilio, me fueron a ver a mi casa para que yo diera las palabras de Bienvenida en Piura. Pero yo estaba herido emocionalmente. Mi madre dos meses antes había partido en forma inusitada a los brazos del Señor. Sentía que si hablaba me ganaría la emoción, así que cortésmente le dije: Gracias Alberto Emilio Ávila, pero no puedo hacerlo, y le expliqué; “está bien Juan Carlos hay problema. Se respeta tu duelo”.
Sin embargo, Dios que es tan misterioso, me llevó a encontrar en la página web del partido, una dirección electrónica de Alan y empecé a escribirle. Le daba ideas, sugerencias, aportes; pero nunca respondió. Nunca pude saber si las leyó, lo único que me llamaba la atención es que idea que le escribía luego veía u oía que él la ejecutaba. Siempre me quedaba con la duda que si me leía o no. En el 2006 igual, volví a encontrar otro correo electrónico de él y volví a escribirle y volvió a suceder. Nunca le he escrito para pedirle un favor personal o algo para mí.
En Febrero del 2006 volví a soñar con Alan. Soñé que decía en el periódico: “Alan ganó las elecciones”, una vez más supe que él ganaría. A todos mis amigos les decía. “No se cómo explicarlo, pero Alan ganará las elecciones”. Y todos me decían. “Juan, pero si tiene 6%. Es imposible que gane”. Bueno, no sé muchachos, pero estoy seguro que Alan será Presidente otra vez y así fue.
El año pasado por razones de trabajo viajé a Lima y mi tío, hermano de mi padre, Carlos Mejía Otero, leyó en Facebook que estaba en Lima y me mensajeó. Fui a visitarlo y mi tío me empezó a hablar de la campaña, de una canción que había compuesto para Alan. Aproveché para contarle que hacía unas semanas yo había vuelto a soñar con Alan. Soñé que estábamos en Palacio sentados conversando. El enternado y yo también y todos le decían Presidente.
Mi tío dijo: “Bárbaro. Si has soñado 2 veces que era presidente y esta vez nuevamente lo ves presidente, significa que; “que otra vez, él ganará las elecciones tío. No se cómo, pero Alan será otra vez Presidente”, le dije. Luego amablemente le comenté que sí iba a apoyar en la campaña, pero solo con algún comentario del Facebook. Me dijo mi tío: “sobrino solo te pido un favor. Anda a Piura y coloca esta canción, quiero saber si tiene aceptación”.
No muy entusiasmado le hice el favor por compromiso, pero la canción creció. Mi tío me pidió que hiciera un informe detallado sobre las radios que habían puesto la canción. No me lo dijo mi tío, pero le reenviaba mis correos al ex presidente y este leía lo que yo escribía. Un buen día mi tío me dijo. “Juan, sobrino he leído tus artículos de Facebook y me parece que escribes genial. ¿Por qué no haces uno para publicarlo en una Revista Virtual?
Eso hice y salió publicado. Un buen día de Noviembre, de pronto, al abrir esa mañana mi correo electrónico encontré uno que decía Alan García. Alan me había escrito. “Buen artículo. Profundo y preciso. Le felicito Juan y siga predicando. AG”. A partir de ahí entendí que Dios contestaba casi 30 años después mi interrogante si Alan leyó mi carta. La carta de un niño de 18 años herido. Y Dios con ese aire especial y mágico me daba una respuesta. A partir de ahí sé sin poder saber cómo explicarlo. Que Alan y yo siempre hemos sido amigos.
Un buen día de hace un mes. Se anuncia que vendría a mi tierra, a Piura y fui a verlo. Lo vi en el hotel al salir, pero sin mucha importancia. Ese mismo día, a las 3:30 p.m. me llama el ex Presidente regional Trelles Lara y me dice: “Juanito buenas tardes. ¿Por qué no me has contado que tú y Alan son muy amigos y que llevan hablando hace tiempo por internet?”. Bueno le dije compañero, porque consideré que era prudente no hacer público eso. Entonces Trelles Lara dijo las palabras que responderían a mi Madre, a mí y a mi hermano: “Juan, dice Alan que desea saludarte y hablar unos minutos contigo. Que vengas con suma discreción. Cuando me lo dijo, no lo creí; sin embargo Trelles me indicó que Alan le había pedido con insistencia que vaya.
Al día siguiente estuve ahí a la hora indicada. Estaba yo un poco entre sorprendido y contento. La seguridad se acercó a su habitación y le dijo: “Presidente, le busca el Doctor Trelles. Dice que ha traído a un amigo que usted ha pedido ver”. Alan salió y yo me escondí en la pared como un niño asustado. “Querido César Trelles, amigo y compañero”, sentí sus pasos y me asomé. Entonces dijo: “Querido Doctor Seminario, doctor Mejía Seminario, Juan Mejía Seminario, viejo amigo”. Entonces nos dimos un abrazo y un fuerte apretón de manos y conversamos. El texto de la conversación la conservo para mí. Y si hoy lo he contado es porque es una historia que merece ser contada. ¿Verdad Alan? , viejo amigo, serás por tercera vez presidente. Ni más ni menos.
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