Carlos Arrizabalaga
Universidad de Piura
La distinguida Academia Francesa ha decidido abrirle la puerta a Mario Vargas Llosa. Sin duda es un reconocimiento merecido y con ello los franceses confirman su amor por Latinoamérica y su fervor por las novelas del boom. Francia profesa devoción por los países andinos, por razones que van más allá de su sincera admiración por el pasado incaico. Por su parte, el amor del escritor arequipeño por Francia empezó cuando resultó ganador de un concurso con su cuento “El desafio”, seleccionado para La Revue Française el año 1957. Había perdido un concurso de cuentos organizado en la Universidad de San Marcos, pero eso no le importó. La prestigiosa publicación concedía como premio un viaje de quince días a París y Vargas Llosa recordaría en El pez en el agua: “Semejante oportunidad me catapultó a mi máquina de escribir, como a toda la literatura peruana viviente, y así nació “El desafío”. El cuento jurado estaba presidido por Jorge Basadre y estaba formado por conocidos críticos y escritores: Hernán Velarde, Luis Jaime Cisneros, André Coyné y Sebastián Salazar Bondy.” (1993a: 501). Entendido por algunos como una manifestación crítica de la masculinidad latinoamericana, incidía en una violencia estereotipada en el espacio de una Piura alucinada, una Piura adormecida por el calor y la irracionalidad.
Flaubert, Balzac y Víctor Hugo se cuentan entre sus escritores favoritos. Ha escrito ensayos y numerosos artículos sobre literatura francesa. Maupassant ya era escritor de culto para Enrique López Albújar, a quien Mario Vargas entrevistó ya muy anciano. Su profesor de literatura en el Leoncio Prado fue César Moro, que le facilitó algunas lecturas. En los 50 y 60 todos miraban a Francia y veían en París una luz maravillosa, que se simboliza en la famosa torre Eiffel, quizá demasiado deslumbrante.
Aunque ha quedado en un segundo plano, el reconocimiento a Vargas Llosa es también una merecida satisfacción para Albert Bensoussan, quien viene traduciendo al francés las obras de Vargas Llosa desde hace más de cincuenta años y no se cansa: lo considera un genio.
Bensoussan ha traducido ahora al francés el discurso leído por Vargas Llosa. Este conocido traductor confesaba una vez, en un encuentro celebrado en Nueva Zelanda, que sin la ayuda del Breve diccionario folclórico piurano (1985) de Esteban Puig no habría podido traducir al francés muchas obras de Vargas Llosa. Este rico repertorio de datos y notas de las costumbres y hablares de los piuranos, que se ha reeditado luego dos veces, sigue siendo una referencia para los estudios piuranos.
Sin duda los diccionarios son ayudas insustituibles para un traductor, pero tal vez el francés exageraba un poco ya que los piuranismos de las novelas vargasllosianas son escasos, solo algunos se repiten: “churre”, “piajeno”, “piqueo”, más que nada para mantener una apariencia realista de color local a la atmósfera narrativa. Piura estaba perfectamente viva en la conciencia y el corazón del escritor, repetía Carlos Robles Rázuri. ¿Y cómo se traduce “chifles”? La señora Lupe servía de comer al sargento Lituma y al teniente, bajo el sol de Amotape, “unos chifles de plátano frito y salado y un seco de chabelo”. La redundante descripción se destina a los españoles y demás, porque Vargas Llosa sabe dar a su narrativa una dimensión universal. Qui a tué Palomino Molero?, traducido por Albert Bensoussan el mismo año 1987, dice: «beignets de banane salée”. Efectivamente la descripción se limita a un aspecto (“salée”), seguramente porque todos los “beignets” se fríen. Para traducir “chifles” sin usar la palabra inglesa «chips» y no decir “chips de plantain” o “chips de banane plantain”, o “chips salées de bananes plantains” (los franceses son muy pundonorosos con su idioma), podrían haber traducido “chifles” como «frites de plantain». También pudo decir también “lamelles», que son finas tajadas, por ejemplo, de zanahoria. El “seco de chabelo” Bensoussan lo equipara a “un sauté de porc», que literalmente sería un saltado de chancho, lo que se acerca, pero no mucho. El francés se atuvo a la definición del padre Puig, quien defiende esta receta como más antigua: “plátano verde frito y chancado con carne de chancho aliñada, frita, deshilachada”.
Tal vez por eso también dijo “beignets”. Está claro es que traducir es un arte difícil y la gastronomía norteña algo incomparable. En “El desafío” aparece aludido solamente un “algarrobo”, que se traduce fácilmente al francés, porque allá también se introdujo ese antiguo arabismo. Seguramente Bensoussan habrá sabido traducir bien el discurso de Vargas Llosa, luego de medio siglo de escribir metiéndose en la piel del elogiado narrador, poniendo sus propias palabras en otro idioma distinto, pero no totalmente ajeno, abriendo las puertas del país galo a un mundo literario vargasllosiano que estaba hecho con amor a Francia y a la lengua francesa y que los franceses reconocen también como algo suyo, una narrativa extraña que también les pertenece a ellos, y les pertenece no desde hoy, sino desde 1957.