Carlos Arrizabalaga | Universidad de Piura

Carlos Arrizabalaga
Universidad de Piura

Pedro Manuel Paz Soldán y Unanue, más conocido por su seudónimo Juan de Arona, fue el primer lexicógrafo que registra regionalismos peruanos (de la costa, de la sierra y de la selva) con cierta sistematicidad. Su famoso Diccionario de peruanismos (1883) es una importante obra de referencia para conocer el castellano hablado en el Perú en el siglo XIX y muchas de esas voces siguen vigentes en las variedades peruanas del español. Según José Carlos Huisa (2018) la presencia de regionalismos en Arona es menos significativa y mucho menos sistemática que en otros lexicógrafos, como Esteban Pichardo o Zorobabel Rodríguez. Arona registra básicamente el léxico criollo limeño y lo reconoce casi con excesiva fruición: “los limeños dicen…”, “este es un limeñismo”. Pero también registra un buen número de arequipeñismos y algunos ejemplos de regionalismos -muy reducidos- de otras ciudades: Piura, Tarma, Moquegua, Chiclayo… También señala vocablos de regiones amplias: “así llaman en la sierra”. Debió tomar nota de las voces que le proporcionaron amigos o conocidos, aunque un buen grupo de voces las toma de su propia experiencia de hacendado de la provincia de Cañete. Aunque haya sido menos exhaustivo que otros autores de la época, la atención que presta Arona a los regionalismos ha podido servir igual de modelo y de estímulo para el estudio de la variación a nivel local en el marco del español peruano y no deja de ser uno de los lexicógrafos pioneros en la recopilación de regionalismos americanos.

Podemos mencionar unos pocos ejemplos. Registra “chimaicha” como palabra propia de Tarma, y “casimba” como el nombre que dan los industriosos piuranos a una especie de pozo o alberca que formaban en el lecho seco del río. Siempre me ha intrigado indagar a qué industriosos piuranos se refería Arona, tal vez los había conocido en su vida en algún viaje o en alguna oportunidad, en reuniones sociales, pero no he encontrado más noticias al respecto. En varios vocablos la marca geográfica del regionalismo es difusa, como ocurre en el caso de “chuño”, que en su diccionario se define: “en la sierra se da este nombre a una cierta papa curada o pasada al sol y al hielo” (p. 183).

Arona tiene sin duda el mérito de haber concedido la importancia debida al estudio de la variación léxica, y podríamos decir, luego de leer sus memorias (publicadas por Estuardo Núñez en 1971), que esa intuición lingüística que muestra Arona la había despertado viajando a España, advirtiendo con curiosidad las variaciones léxicas peninsulares, aunque por aquel entonces no se reconociesen como “españolismos”, esto es, regionalismos del español europeo. Flor Mallqui Bravo (2022) ha estudiado muy bien los distintos conceptos que se hacen de España varios peruanos del siglo XIX. Aquí solo vamos a fijarnos en las palabras. Paz Soldán hizo un largo viaje por Europa, Egipto y Palestina, pero ahora lo que nos interesan son sus impresiones de la madre patria y la insistencia en las palabras: “el vidrio de la berlina, señala Arona, cuyos pasajeros entran casi siempre en conversación con el mayoral, que es el nombre del cochero”. Y en una de las mulas delanteras “va sentado un muchacho postillón, a quien llaman el delantero” (p.45).

Más adelante describe su nueva posada en Madrid, en la calle del Prado, en el descanso del segundo piso, frente a frente su puerta de la de Ventura de la Vega: “El cuarto (departamento) de este no pasaba de modesto” (p. 65). “En la sala o recibimiento como allá se dice con mucha oportunidad, la pieza de más lujo era una gran pantera disecada puesta en el centro de la sala, en el suelo” (p. 65).

Podemos mencionar algunos ejemplos más: “A un lado y a lo largo de la salita había uno de esos modestos e incómodos sofás de esterillas, o de rejilla, como dicen en España, que parecía el estrado principal” (p. 62). “alguna que otra palmera y de cactos o nopales abundantes, cuyas tunas, llamadas por los españoles higos chumbos, me recordaban a la patria” (p. 219). También destaca las equivalencias entre boletos y billetes, necesarios para entrar a la plaza de toros (p. 61), o entre fósforos y cerillas (53), así como explica “la sopa de ajos o gazpacho” (71), que no le gusta mucho. Arona (1883) intuye con cierta razón que la variación regional está de alguna manera conectada: debería empezar por estudiar los dialectos de España y de ahí deduciríamos más de uno de nuestros provincialismos” (p. 4).

Como vemos, el procedimiento de la identificación de los vocablos suele servirse de la equivalencia disyuntiva: “sala o recibimiento”, aunque también encontramos ocasionalmente el uso de paréntesis incidentales: “el cuarto (departamento)” y explicaciones diversas (como cuando describe el gazpacho, porque no encuentra un término equivalente). La referencia a los españolismos va a estar presente también en su diccionario, como cuando reconoce las equivalencias entre expresiones fraseológicas como “miel sobre buñuelos” y “miel sobre hojaldre” (para indicar que algo tiene buenas perspectivas).

Igual que muchos peruanos que hoy viven y trabajan en España, Arona trataba de entender un buen número de españolismos, los mismos que se encontraba a cada paso. El trataba de hablar en un perfecto español, como correspondía a su esmerada educación criolla, pero descubría que entre muchos lazos comunes había también abundantes diferencias que la distancia y la historia han ido trazando entre los que seguimos hablando este idioma en las diferentes partes del mundo. Y advertía que los peruanismos que él conocía eran tan hermosos como los españolismos que empezaba a reconocer, aunque todavía se mostraba muy dispuesto, quizá demasiado, a concederles una mayor “oportunidad” a estos últimos.