La Real Academia Española ante el mundo es considerada como la institución que rige nuestro idioma vive y obra como un profesor anticuado, que regaña a sus jóvenes alumnos para que cumplan las normas del buen hablar.

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El libro de estilo también responde a una realidad irrefutable: la lengua la van haciendo sus hablantes. “La palabra nace donde quiere”, complementa Martos, que pone algunos ejemplos: la palabra ‘cancha’, un peruanismo con varios significados, como espacio abierto, pero que ahora en varios países se usa como campo donde se practican deportes o ‘roche’, que al parecer nació en Chile con el significado de objeto robado, luego como vergüenza por el robo, “Y ahora se utiliza más en el Perú que en Chile”, explica el académico.

Entonces, ¿podrían las declaraciones de la congresista Leyla Chihuán convertir su apellido en sinónimo de pobre, sin dinero? “Hay gente que ha pedido que la palabra ‘chihuán’ ingrese al diccionario de la RAE, pero mientras esté asignada a una persona es bastante difícil”, señala Martos.

Él compara este caso con el del famoso vehículo rompe manifestaciones bautizado en los años 50 como ‘rochabús’ en referencia al senador y ministro Félix Rocha. Una denominación informal que ya cayó en desuso. “Las palabras también mueren, van desapareciendo. Por eso las academias no se apresuran en incorporar palabras nuevas. Seis años es lo mínimo para confirmar que no son solo modas pasajeras”, agrega Martos.

Queda claro que, más allá de la importancia de la teoría, el español es una lengua impredecible que sobrevivirá mientras viaje frenética de boca en boca, de libro en libro, o por chats de wasap. Y sobre eso nadie podrá adjudicarse la última palabra.

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