En 1904 Gastón Ramírez publica un listado toponímico piurano en el Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima. Quizás fue el detonante para que el diputado por Catacaos Manuel Yarlequé elaborara un listado de topónimos.
En 1904 Gastón Ramírez publica un listado toponímico piurano en el Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima. Quizás fue el detonante para que el diputado por Catacaos Manuel Yarlequé elaborara un listado de topónimos (con interpretaciones etimológicas muy discutidas), en las páginas del diario El Tiempo, en 1922.
El liberteño Jorge Zevallos Quiñones emprenderá en 1944 el primer trabajo científico sobre toponimia norperuana, destacando componentes mochicas y de otros idiomas. Josefina Ramos de Cox publicará en la revista «Mercurio Peruano» (1958) un artículo titulado precisamente «Tallán»; con una recopilación de topónimos, apellidos y términos autóctonos de fauna y flora que atribuye a las lenguas sec y tallán. Por su parte, Edmundo Arámbulo incluye una relación de dieciséis palabras que considera propias de la lengua “sec” (Becará, Birrilà, capazo, chiroca, etc.) sin dar explicación alguna del criterio por el cual las selecciona.
En verdad, el único documento fehaciente que registra voces tallanes y sechuras, recogidas de hablantes nativos cuando todavía las lenguas pervivían; es un pequeño vocabulario recogido por el obispo Baltazar Martínez Compañón a fines del XVIII. Ojalá pudiéramos encontrar algo más en algún manuscrito perdido entre los adobes de la vieja Piura, como ocurrió el 2000 en Trujillo.
El gobernador Salinas de Loyola (1570) había advertido que en la región había “tres naciones de naturales diferentes en la habla y en los nombres”. Torero y Cerrón-Palomino identifican las lenguas sec de Sechura, tallán de Colán y Catacaos y una tercera de Olmos, que se extinguió muy pronto.
Nombres
En efecto, un estudio riguroso de la distribución de los nombres (toponimia y antroponimia) ofrecería una información sin duda valiosa, pero no exenta de problemas. El investigador Rudy Mendoza ha recopilado una larga relación de topónimos regionales, y el asunto merece más estudios. Hay que tomar en consideración, como señaló Franklin Pease, que el mundo andino fue un territorio con grupos étnicos en espacios geográficos discontinuos; a lo que habría que sumar la política de migraciones forzosas (mitimaes) impuesta por los conquistadores incas; desplazamientos masivos que servían como un medio de control político y social.
De hecho, Zevallos Quiñones (1944) encuentra toponimia que podríamos identificar como propia de grupos tallanes en lugares distantes como Chachalá (en Chota), Chanchalá (en Olmos), Chanchalalá (en Penachí). Decía entonces Jorge Zevallos:
“No puede llamarse puro azar la abundante correspondencia toponímica que existe entre el norte del Perú y otras tierras lejanas».
A la inversa, algunos de los nombres de la lista de Yarlequé podrían muy bien no ser tallanes, comenzando por el mismo Catacaos; que podría relacionarse con los nombres de Magdalena de Cao y Santiago de Cao (en La Libertad), y seguramente habría que atribuir a grupos cañaris originarios de la zona del Azuay, en el sur del Ecuador; donde el estudioso cuencano Oswaldo Encalada reconoce términos coincidentes de “significación desconocida», pues registra: Cao, Chicao, Macao, Secao (en Azuay), Alacao, Sicao, Tancao (en Chimborazo), Catacao (en Guayas) y Zharcao (en Cañar).
Catacaos
Quiere decirse, que el nombre mismo de Catacaos probablemente no sería tallán sino cañar. Y su significado es imposible de descifrar, ya que no se conserva ningún vocabulario de sus lenguas. La razón no puede ser otra que la presencia de mitimaes cañaris en la zona, los que sabemos ayudaron a Pizarro en su jornada de Cajamarca frente a los incas. Con el tiempo se habrían ido confundiendo con los descendientes de los tallanes, porque el vocabulario que recoge Martínez Compañón en Catacaos, en 1783, es inconfundiblemente tallán. En los primeros repartimientos de Piura (1548) se consignan mitimaes en Marcavelica.
El nombre de Catacaos, según el profesor Pável Elías, figura por primera vez en documentos españoles hacia 1560. Su recuerdo queda en el nombre del lugar donde, posteriormente, los españoles fundarán una reducción indígena con la reunión de diversas parcialidades, acaso de grupos étnicos diversos, que conservaron igualmente un acendrado sentimiento de cohesión étnica. Hasta la actualidad.