Por: Juan Carlos Mejía Seminario
Julio de 1992. Segundo domingo de julio de 1992. Había estado aquella tarde estudiando para un examen final. El último de ese semestre académico. Y había que bañarse para ir a misa. Cogí mi ropa. Entré al baño de casa.
Vivía en una casa que, si bien es cierto, perteneció a los Seminario, luego de la reforma de Velasco era propiedad pública. Mi papá abuelo, don Guillermo Seminario había entrado a trabajar ahí en 1960. En esa época se llamaba Ministerio de Obras Públicas. Ahora se llamaba SedaPiura. A mi papá abuelo como parte de su contrato de trabajo le habían dado casa. Vivíamos dentro de las instalaciones de SEDAPIURA. “Mi casa” quedaba en Avenida Circunvalación # 579. Cruzaba en intersección con la calle Arequipa cuadras 13 y 14. Ahí vivíamos mi familia y yo.
Estando ya en el baño se fue la Luz. A pesar de ello decidí bañarme sin Luz. Escuché la voz de mi madre alcanzándome una vela. Abrí y recibí la vela encendida. Entré a seguir bañándome. De pronto con el jabón en la cara y cerrados los ojos oí claramente la voz de mi madre: “Juan Carlos. Sal hijo urgente del baño. Sal rápido”. La voz azorada de mi madre hizo que me seque rápido. Salí veloz. Juan Carlos, el eterno soñador salió como cuando Harry enfrentó con denuedo a Voldemort. Salió con fuerza. ¿Qué pasó madre mía? “Hijo. Unos hombres encapuchados y con fusiles han tomado SEDAPIURA y nos han metido aquí. Tus tíos han salido a ver. Salí corriendo a la puerta entonces. Y mi madre detrás. “¿Dónde vas Juan Carlos?”. Salí e instintivamente tomé mi rosario que llevaba en mi bolsillo derecho. En cuánto lo hice sentí calma. Salí y los vi. Habían tomado 2 galoneras de gasolina del carro de mi abuelo y las estaban regando en todos los carros. Uno me vio y nos encañonó. Empujó a mis tíos dentro de casa. Entró en casa. Y con el arma nos empujaba. “Entren carajo”. Nos encerró en el comedor. Todos ahí. En la oscuridad tomé mi rosario con fuerza y de pronto una idea. El teléfono. Llamé al teléfono del vigilante de la plata de SEDAPIURA. Y estaba fuera de servicio. Lo habían desconectado. Entonces supe que ellos no sabían que dentro teníamos teléfono. Cogí el teléfono y me puse en cuclillas. Mi madre y todos me miraron. No dijeron nada. Me agaché. Y marqué a todos mis amigos del barrio y nadie respondió. Nadie. Tomé mi rosario con más fuerza. “Señor ayúdame”. Y marqué a la Policía. Respondieron. “Señor, Sendero Luminoso ha tomado mi casa. La planta de SEDAPIURA. Le habla la familia Seminario. Por favor vengan rápido. Circunvalación cuadra 5 con Arequipa”.
Mientras, nos pusimos a orar todos en familia. Todos orábamos. Mi mamá abuela nos abrazó a todos. Mi madre Johana me abrazó a mí y a mi hermano. Yo seguía con mi rosario. Afuera empezó a arder el fuego pero se apagaba. Transcurrían los minutos. De pronto a lo lejos sonó una Sirena. De pronto pensé: “¡Qué tontos éstos de la Policía! No debieron tocar la sirena. Ahora éstos facinerosos huirán”. Luego de unos segundos pensé mejor. Y dije: “No. Es lo correcto. Si llegan al descuido, habrá enfrentamiento y nos pueden tomar de rehenes”. El ulular de la sirena se escuchaba más cerca. Ellos subieron a su vehículo y escaparon por la defensa del río raudamente. El apagón seguía. La Policía rodeó mi casa. Varios patrulleros. Los Policías. Calculo unos 50 bajaron y subieron por los techos. Nos tomaron manifestación. Yo decidí ir a misa a agradecer. Al salir me fui a misa por la Calle Tacna para que mis amigos no me detuvieran a contar lo sucedido. Estuve en la Iglesia “San Sebastián” como cada noche de los domingos. En plena misa mientras de rodillas agradecía volvió la luz. Al salir de la misa me sentía diferente. Una especie de héroe anónimo. Había salvado a mi familia. Eso sentía. Se lo conté a mis amigos. Todos me abrazaban. Sabían que era verdad. Al día siguiente salió en los dos diarios de Piura. Al llegar a casa esa noche, luego de misa, me enteré de un detalle adicional. Hubo un héroe mágico más esa noche. Mi papá abuelo Guillermo.
Durante 12 años llevaba las mismas galoneras en el auto con gasolina siempre. Pero ese día, y ese solo día, les echó agua a ambas porque el radiador estaba fallando. Ellos no nos pudieron hacer estallar en miles de pedazos porque mi abuelo había cambiado gasolina por agua. ¿Quién lo inspiró a hacerlo? ¿Se puede negar la existencia de Dios ante esto? ¿Se puede negar que la magia de Dios es tan poderosa? Pues yo creo que no. Ese día oré mucho por el fin de Sendero Luminoso. Luego de 25 años, la lucha por que no vuelvan días de horror y muerte continúa. El Perú sagrado no lo merece. Ni más ni menos.