Piura, una región donde la política ha sido sinónimo de figuras carismáticas y promesas incumplidas, podría estar al borde de un cambio de narrativa. Víctor Raúl Aguilar Rodríguez, hijo del tres veces alcalde José «Pepe» Aguilar y de la exalcaldesa Rubí Rodríguez, emerge como una voz que busca redefinir el concepto de servicio público en el Perú.
A sus 45 años, este empresario y exregidor de Lima combina una trayectoria en el sector privado —como fundador de una agencia de marketing — con una experiencia de fiscalización implacable en la Municipalidad de Lima. Su propuesta es clara: transparencia, tecnología y resultados concretos para una región que, según él, lleva más de 30 años de atraso en infraestructura y desarrollo.
«Más allá de ser el hijo de Pepe Aguilar Santisteban, quisiera ser recordado por servir a Piura ayudando a cambiar las cosas», advierte en una conversación que revela tanto su herencia como su determinación por marcar una diferencia.

Nacido en el seno de una familia con profundas raíces políticas, Víctor Raúl creció entre reuniones partidarias y lecciones de empatía. Su padre, conocido como «El Loro», fue un autodidacta que aprendió de Víctor Raúl Haya de la Torre y dejó un legado de cercanía con los más vulnerables. Su madre, por su parte, trabajó incansablemente en comedores populares y programas sociales, consolidando una dupla que aún despierta cariño en Piura. Sin embargo, Víctor Raúl insiste en que su camino es distinto.
«Crecí en un ambiente político, pero eso no significa vivir a la sombra de mis padres. Uno tiene que construir su propio camino», confiesa. Aunque su nombre —Víctor Raúl— es un homenaje al fundador del APRA, él optó por un camino independiente, criticando incluso a quienes su padre admiró. «La política debe evolucionar, y eso incluye cuestionar lo establecido», señala, en referencia a las discrepancias que su progenitor tuvo con la cúpula aprista. Para él, la principal lección familiar no fue la militancia, sino el compromiso con la gente. «Aprendí a ser gente», repite, una frase que resume su filosofía: escuchar antes de prometer, actuar antes de hablar.
Su incursión en la política no fue inmediata. Antes de asumir cargos públicos, Víctor Raúl construyó una agencia de marketing en Lima, donde aprendió a gestionar equipos bajo presión y a trabajar con clientes corporativos muy exigentes.
«El sector privado te enseña que los resultados importan más que los discursos», comenta. Esta experiencia, dice, le dio las herramientas para entender cómo modernizar la gestión pública. En 2019, dio un giro inesperado al convertirse en regidor metropolitano durante la gestión de Jorge Muñoz. Lejos de ser un cargo decorativo, asumió un rol de fiscalizador, denunciando a mafias en los cambios de zonificación y las irregularidades en contratos de concesión como los peajes de Línea Amarilla y Rutas de Lima, vinculados a las constructoras OAS y Odebretch.

«Un funcionario público no puede limitarse a cortar cintas; debe asegurar que el dinero se use bien», sostiene. Su paso por la municipalidad le dejó una conclusión clara: la corrupción no es un problema de partidos, sino de sistema. «En el Perú, celebramos cuando un congresista consigue fondos para una obra, pero nadie fiscaliza si esa obra se termina. Eso tiene que cambiar», critica, recordando cómo su padre, a pesar de su influencia, murió endeudado. «Esa es la diferencia entre quienes ven la política como un negocio y quienes la ven como un servicio», enfatiza.
La pandemia puso a prueba su resiliencia. «Perderlo casi todo me enseñó que la política no puede ser un refugio para los incompetentes», admite. Esta etapa reforzó su convicción de que el Estado necesita eficiencia y transparencia. Su diagnóstico sobre Piura es contundente: una región con 90,000 microempresas, pero donde el 90% son informales, y donde las obras públicas quedan paralizadas por falta de seguimiento. «Cada año, el Estado recauda más, pero el dinero se gasta en planillas y consultorías, no en infraestructura», señala.
Sus propuestas giran en torno a tres ejes: simplificar la formalización de empleos, agilizar obras con tecnología (como el uso de inteligencia artificial para fiscalización) y combatir la inseguridad con herramientas predictivas. «Piura tiene solo 2 policías por cada 1,000 habitantes. La solución no es solo más efectivos, sino mejor equipamiento y estrategias inteligentes», explica.
Aunque nunca ha postulado al Congreso —rechazó ofertas a los 27 y 35 años—, hoy no descarta dar el salto. «Es una posibilidad», admite, pero con condiciones: legislar desde la Cámara de Diputados para impulsar cambios estructurales. Militante de Podemos Perú desde 2018, reconoce que «ningún partido es perfecto», pero insiste en que su enfoque no será partidista, sino técnico y fiscalizador.
«Si postulo, será para dejar un legado, no para enriquecerme», aclara, en un guiño a la austeridad que caracterizó a sus padres. Su mensaje es directo: «Piura me dio todo. Ahora toca devolverle algo».
En un país donde la desconfianza en la política es récord, Víctor Raúl Aguilar representa una paradoja: es heredero de una dinastía, pero crítico del statu quo. Su combinación de experiencia privada, fiscalización pública y propuestas concretas lo posiciona como una figura atípica. Sin embargo, el reto es enorme: ¿Podrá convertir sus ideas en cambios reales? «No basta con querer cambiar las cosas; hay que saber cómo hacerlo», concluye.
El tiempo dirá si su apuesta por una política transparente, tecnológica y cercana a la gente logra lo que muchos prometen y pocos cumplen. Por ahora, su historia invita a reflexionar: ¿Estamos listos para un nuevo tipo de liderazgo?