La confirmación llegó desde Montevideo, pero se venía gestando desde hacía meses: la selección peruana ha quedado oficialmente eliminada de toda posibilidad de acceder al Mundial de 2026. Un «fracaso» que se cocinaba incluso antes del inicio de las eliminatorias sudamericanas. Con apenas 12 puntos obtenidos en 18 partidos, la Blanquirroja culminó en la novena posición de la tabla de CONMEBOL, anotando solo 6 goles y recibiendo 21, cifras que delatan una de sus peores campañas en la era de los clasificatorios todos contra todos. Es el fin de una esperanza que, para muchos, ya era una crónica de una anunciada desde hace meses.
Este amargo resultado cobra aún más peso al considerar que las Eliminatorias para 2026 aumentaron los cupos, otorgando seis plazas directas y una de repechaje para CONMEBOL, haciendo de esta, paradójicamente, la eliminatoria «más accesible» y «más sencilla del mundo». Fue un momento grande de decepción para muchos jugadores de pronósticos deportivos en Perú que seguían las recogidas en sitios como Oddspedia. La sensación de que algo está roto, de que el «equipo de todos» ha sido expuesto por todos los actores involucrados, es palpable. Para muchos, se trató incluso de una oportunidad para seguir a otros equipos con apuestas deportivas más interesantes. En este artículo veremos cuáles son los motivos de este fracaso.
Crisis dirigencial y un proceso «muerto antes de nacer»
El punto de partida de esta debacle, para muchos, se encuentra en la cúpula directiva. El presidente de la Federación Peruana de Fútbol (FPF), Agustín Lozano, es señalado por la prensa y la afición como el «máximo responsable» y «autor principal» de lo acontecido. La decisión de no renovar el exitoso proceso de siete años con Ricardo Gareca, supuestamente por motivos económicos y por una percepción errónea de que Perú clasificaría «sobrado» con el aumento de cupos, resultó ser un error costoso. Curiosamente, la suma de los salarios y cláusulas de rescisión de los tres técnicos que pasaron por el banquillo terminó siendo más cara que haber mantenido a Gareca.
A esta falta de visión deportiva se sumó un clima institucional turbulento. A inicios de 2023, la FPF se encontraba en una «guerra abierta» con los clubes de la Liga 1 debido a discrepancias por el nuevo contrato de televisión, generando meses de «incertidumbre». En noviembre de 2024, la situación escaló cuando Agustín Lozano fue detenido bajo acusaciones de integrar un presunto grupo criminal involucrado en delitos como lavado de activos, fraude y extorsión, creando un ambiente de inestabilidad y falta de transparencia que rodeó todo el proceso eliminatorio. Las decisiones parecían no estar basadas en criterios deportivos sólidos, sino en la calle y la opinión pública.
El carrusel de técnicos y la indefinición en el banquillo
El banquillo de la selección peruana fue un reflejo de la inestabilidad. Tres entrenadores desfilaron en menos de tres años: Juan Reynoso, Jorge Fossati y Óscar Ibáñez. La elección de Reynoso para suceder a Gareca marcó un «giro de 180 grados», pero su ciclo fue un «descalabro deportivo». Perú tuvo su «peor arranque en toda la historia de las eliminatorias», sumando apenas dos puntos de 18 posibles en sus primeros seis partidos, sin victorias, con dos empates y cuatro derrotas. El equipo se mostró demasiado defensivo, sin variantes, y con una expresión futbolística tan pobre que apenas anotó un gol en esos seis encuentros, lo que algunos describieron como antifútbol total.
La segunda apuesta fue Jorge Fossati, quien llegó a principios de 2024 con la misión de trasladar su fórmula ganadora de Universitario a la selección. Sin embargo, su estilo tampoco logró encajar, y en nueve partidos por las Eliminatorias cosechó solo una victoria, tres empates y cinco derrotas, con un total de cinco puntos. Su esquema 3-5-2 nunca fue asimilado por los jugadores, y la anemia con el gol continuó. Fossati se volvió muy impopular. Finalmente, Óscar Ibáñez asumió como tercer entrenador en un interinato, buscando un cierre decoroso a la campaña. Aunque logró una victoria esperanzadora ante Bolivia, el equipo no pudo revertir la situación, y las decisiones erráticas, como la gestión de jugadores importantes, fueron una constante.
La sequía goleadora y la dolorosa ausencia de recambio
La falta de gol fue un síntoma alarmante y una de las principales carencias estructurales. Perú solo anotó 6 goles en 18 partidos, un promedio pírrico de 0.33 por encuentro, sin lograr convertir ninguno en condición de visitante. Seis jugadores diferentes compartieron el título de goleadores, cada uno con un solo tanto. Esta impotencia ofensiva no fue solo una estadística; fue un vacío existencial que anuló cualquier atisbo de esperanza.
Esta sequía goleadora estuvo íntimamente ligada a la falta de un recambio generacional efectivo. Con 41 años, Paolo Guerrero seguía siendo la bandera ofensiva de un equipo que se quedó sin reemplazos para figuras como Jefferson Farfán. Jugadores clave como Gianluca Lapadula, Christian Cueva, André Carrillo y Edison Flores descendían a niveles de juego muy por debajo de lo esperado. La selección dependió de figuras veteranas y nunca hubo una renovación profunda que le diera un valor agregado a su fútbol. La frase de Renato Tapia, «Comenzamos la Eliminatoria muy tarde», encapsuló la falta de preparación y adaptación del plantel a la nueva realidad.
La deuda con las bases: clubes y divisiones menores en el olvido
Ricardo Gareca ya lo había advertido en 2022: el poco interés real por el deporte en Perú y la falta de formación adecuada e infraestructura para los futbolistas son problemas profundos. Uno de los motivos del fin de su ciclo fue, precisamente, que no se le permitió intervenir en el fútbol base. El impacto de la pandemia, con la paralización de los torneos juveniles por casi dos años, dejó a toda una generación de jóvenes futbolistas sin poder competir.
Los resultados no tardaron en manifestarse: las selecciones peruanas Sub-17 y Sub-20 terminaron últimas en los torneos sudamericanos post-pandemia, sin registrar una sola victoria, evidenciando un fútbol que ha abandonado sus bases. Muy pocos clubes peruanos, con Sporting Cristal, Universitario y Alianza Lima como escasas excepciones, cuentan con centros de alto rendimiento e infraestructura adecuada para la formación integral de jugadores. La regla general es que los dirigentes ven las divisiones menores como un «lujo» y no como una inversión a largo plazo, priorizando la venta sobre la formación.
Perú no tuvo la renovación que el fútbol exige, y ese vacío se pagó con el silencio de un himno que no sonará en el Mundial.