Carlos Arrizabalaga
Profesor de la Universidad de Piura
La segunda mitad del siglo XIX estuvo marcada por la construcción de los ferrocarriles, que llegaron llenos de demagogia y corrupción. Algunos fueron por mucho tiempo los trenes más costosos y menos rentables del mundo. El Gobierno del progresista José Balta, uno de los más corruptos de nuestra historia, llevó con ellos al país al límite de la crisis política y fiscal, lo que facilitó la derrota militar frente a Chile. Las celebraciones por la inauguración de la línea Mollendo-Arequipa, sin embargo, fueron un derroche de dinero y cinismo para el que se fletó un vapor gratis para cientos de invitados de la capital.
Con los trenes llegaron varias palabras inglesas: todo se trajo de Inglaterra y de Estados Unidos. De breque (del inglés brake, freno) se derivó brequero (guardafrenos); todos son términos hoy poco usuales, porque no pasaron al mundo del automóvil. Se ha conservado, sin embargo, “al breque”, que ha adquirido un sentido figurado y se aplica al que se le impide hacer algo. Carlos Camino Calderón (1948) lo reflejaba en el habla infantil de los años 30, cuando unos niños protestan de que “los tuvieran al breque con el azúcar”.
Otros términos del inglés ferrocarrilero que han perdurado en el Perú y otros países son huacha (de “washer”): huacha de presión, huacha de tornillo…, equivalente a la arandela de España (donde “huacho” es surco de tierra). Y lo mismo guaipe (de “wipe”), aplicado a los jirones de trapo empleados para quitar la grasa sobrante.
Por metáfora se dice también “de huacha” al gol o al pase que se obtiene de pasar la pelota por debajo de las piernas del contrario. Esta otra frase no pasa del lenguaje futbolístico y es homónimo del quechuismo guacho/a (por huérfano), usual en el habla familiar de los países de la región, donde “jugar al huachito” se dice, figuradamente, al azar.