Por Miguel Meléndez Maldonado

-Tenemos la llamada de un paquito, 

-¿Aló, qué gusto?, ¿Qué canción deseas escuchar? – Me dijeron 

– ¡El ratón Vaquero! – grite emocionado.

Al terminar la llamada en el centro comunitario Entel, de la avenida Perú, salí disparado  a mi  casa para escuchar por primera vez  mi nombre en la radio  de la  “Voz del desierto”. 

Desde entonces la recuerdo. Con mis  primos armábamos una radio con latas de leche y jugábamos a ser un  Cutivalú. Yo, narrando noticias  y ellos expertos comentaristas en  “Pelotas y pelotazos”.

La voz del desierto  era el  fax de la época. La radio calmaba preocupaciones. Llevaba el mensaje del campo a la ciudad. Te decía si tu hijo había ingresado a la universidad. Te avisaba que el pariente  había llegado “con bien” del viaje. Informaba cuando la acémila había sido encontrada. Y  quitaba la angustia cuando por sus ondas anunciaba el alta médica de la abuela internada en el regional. Era la voz de la ciudadanía  frente a las autoridades, llevaba el problema. Traía la solución.

 “Se comunica a la señora Carmen Falero Arévalo que su hija llegó bien a Piura y sin novedad”  decía el locutor, aliviando la preocupación de la oyente  en Serrán.

El tiempo y la moda de las radios FM, me hizo por un tiempo olvidarla. Entonces  su presencia  volvió a mi vida  cuando en la universidad el maestro Ramírez nos advirtió: “No digan nos gusta la radio, ¡hagan radio!, ¡vayan a Cutivalú  y propongan  sus ideas!”.

Una hermosa joven,  de rápido hablar y marcado dejo piurano nos recibió, fue entonces cuando nació el programa de un grupo de locos universitarios: “Protagonistas, Tu interés es el nuestro” se llamaba. Tiempo después, con esa joven y un grupo de mujeres periodistas más, aprendí de la importante  lucha por la igualdad de género y la influencia de la radio comunitaria.

Desde ese momento, me enamoré para siempre  de  Cutivalú. Fue cuando me animé a dar el paso de presentar mi CV  conformado por  hojitas pero repleto de ilusiones. Al poco tiempo ya estaba al lado de inolvidables compañeros y compañeras  haciendo el Usted Juzga y recorriendo las calles buscando la noticia. Haciendo periodismo del bueno, del que ahí se hace.

En Cutivalú aprendí de la pulcritud de este oficio,  de la responsabilidad de la palabra empeñada en las ondas radiales, el compromiso con la población, el análisis noticioso y la primacía de la noticia que promueve el  desarrollo regional sobre la pepa del escándalo y la noticia irrelevante.

¡ Feliz aniversario paquitas y paquitos!, ¡ Somos cutivalú!