Retrato de un malecón

A pocos metros de la Plaza de Armas está ubicado el malecón Francisco Eguiguren. Dos realidades muy distintas. Mientras que la plaza está llena de gente y negocios a su alrededor, el malecón es un lugar silencioso, un poco abandonado a pesar de su ubicación tan próxima al centro de la ciudad.

A lo largo de sus 400 metros de longitud, entre el puente colgante San Miguel y el Sánchez Cerro, diversas evidencias de falta de cuidado pintan su recorrido. En la esquina más próxima al primer puente mencionado, una gran pila de basura acumulada yace esparcida en el suelo. Pero esta situación ya es algo común. Las vendedoras de unas galerías cercanas lo reconocen, la verdadera sorpresa sería encontrarlo limpio.

Frente al malecón y cerca al puente San Miguel, hay una edificación medio destruida que cumple más de una función. Es depósito de basura y baño público a la vez. El aroma del ambiente lo refleja pero ya es algo tan cotidiano que forma parte del paisaje.

Foto: Maruccia Yaya/Walac

También, se puede apreciar que las paredes del malecón están teñidas de opiniones en grafiti. Desde política hasta deporte. Frases como “indulto, insulto Fujimori asesino” o “Alianza Lima” son unos de los ejemplos.

Foto: Maruccia Yaya/Walac

Más allá, en una banca están reunidos 5 jóvenes. Su aspecto es descuidado, poco aseado y algo bullicioso. Entre ellos bromean, se empujan, caen al piso y se vuelven a levantar. Sin embargo, llega un momento en que se dispersan y ahí se puede apreciar mejor que hay un personaje extra. Hay un colchón en el piso donde un hombre un poco mayor descansa. Su aspecto es descuidado, al igual que el de los jóvenes pero a diferencia de ellos, él tiene solo una fracción de su energía.

Así como el resto de la ciudad, la pista próxima al malecón, está llena de huecos. Cada carro que pasa, rebota entre los baches y deja tras ello una nube de polvo.

Piura se ve abandonada, descuidada. Refleja la falta de cariño de su gente y autoridades. El Niño Costero no tuvo piedad y terminó destruyendo el malecón que antiguamente  fue testigo de piuranos amoríos, paseos al atardecer y tardes de diversión; de eso ya no queda nada.

Foto: Maruccia Yaya/Walac