Desde muy pequeño, casi 4 años por donde iba me encontraba “bolinchas” en la calle, en los jardines. Luego me las encontraba en el Colegio. Como era un niño tenía la idea graciosa que como brillaban en el piso o en los jardines y siempre me las  encontraba, pues Dios me mandaba estrellas (ángeles) del Cielo y que estas al llegar a la tierra se convertían en “bolinchas”. Entonces las guardaba en mi bolsillo y luego en algún lugar de la casa las escondía.

Fui creciendo y ya tenía 9 y luego 12 años y seguía encontrándome una y otra vez “bolinchas”. Me las encontraba en lugares extraños. A veces en Cines, en restaurantes, en el estadio y cuando viajé por primera vez a Lima, me las encontré en el bus al que subía con mi madre. 

Al hacerme adolescente y luego joven, este fenómeno siguió inexorablemente sucediendo una y otra vez. Mi mente crítica empezó a intentar una respuesta racional. Y logré responderme que era niño y como tal transitaba por lugares de niños y seguro las dejaban ahí. Pero me empezó a preocupar cuando me hice ya adulto. Primero como estudiante universitario me las encontraba en la UDEP, en los bancos. Luego como Registrador Público (Abogado), en mis viajes por avión,  en Lima, en Trujillo, en Cajamarca.

Seguí haciéndome adulto y luego las hallaba fuera de mis centros de trabajo. Fuera de la Municipalidad de Castilla, en los jardines de la DREP (Dirección Regional de Piura), en el patio del Gobierno Regional. Empecé a trabajar en el sector privado como Consultor y viajaba a Tumbes, Tarapoto, Lima, Arequipa, Ica, Cusco y siempre pasaba lo mismo.

Luego de los 40 años ha seguido pasando este extraño fenómeno. Ahora es más extraño. Aparecen afuera de mi oficina personal. Tengo un cajón lleno de bolinchas, pese a que muchas se me perdieron en cada cambio de casa. Ya tengo 50 años y se me hace imposible creer en mi explicación infantil de que Dios me envía estrellas (ángeles) del cielo a cuidarme. Pero, también es cierto que no encuentro otra explicación. Debe haber otra, o es que Juan Carlos niño si acertó.  A veces creo que sí. Ni más ni menos.