Esta vez fueron decenas, en su mayoría jóvenes, geis y no geis que salieron por las calles del centro con banderas de colores, tambores y carteles que aludían al reconocimiento de los derechos de una población que ha sido relegada al rincón oscuro de la sociedad.

Esta ves decidí acompañarlos activamente. Con megáfono en mano y frente a las miradas extrañadas y rostros asombrados de mis conocidos, iba trepado en la camioneta coreando ¡Viva la comunidad LGTBI!

Desde arriba el panorama es distinto, no ves a los gais solamente, no ves a las travestis pecadoras  que espantan a los que cargan el rosario en la mano y la maldición en la boca. Desde arriba no causan lástima ni son objeto de  “tolerancia” porque total tú tienes un amigo  gay.

Arriba se ve a los jovencitos que cansados del buylling en las escuelas,  salen a exigir respeto y marchan en memoria de los adolescentes que se quitan la vida debido a la presión y la violencia de la que son víctima.

Ves a las chicas trans que la sociedad las esquina a vender su cuerpo por ausencia de un trabajo en el que se respete su identidad de género. Ves a los geis más adultos que llevan en sus cuerpos las marcas de las golpizas de sus padres y las burlas de la sociedad y a pesar desde el 2015 a la fecha ya más de 8 asesinadas cruelmente, salen a marchar por ellas y por las que murieron víctimas de la transfobia.

No ves machonas  a las  que” les hace falta un hombre para que las convierta en mujercitas” como señalan los machistas. Ves feministas corajudas que luchan por el derecho de las mujeres, pagan impuestos y exigen libertad.   

Ves a una población que no existe para el Plan Nacional de Derechos Humanos y a nadie le importa. Ves la ausencia de las autoridades piuranas, su indiferencia frente a una marcha que reunió a ciudadanas y ciudadanos que una vez votaron por ellos, pero que será la última vez que los elijan.