Dicen que cuando le miras fijamente a los ojos puedes sentir como cambia su mirada y sigue la tuya. Comentan que sus ojos están vivos y su cabello crece. También aseguran que si logras tocar su vestimenta sientes como pasa corriente por los dedos. Yo no he podido comprobar esto. De lo que si doy fe,  es que uno no puede controlar las lágrimas al escuchar los testimonios repletos de sentimiento y esperanza en los milagros del Señor Cautivo. Soy testigo de la mirada de esperanza y de cómo se les quiebra la voz a  los peregrinos cuando tienen que responder los porqués de su peregrinaje.

Desde el kilómetro veintiuno se pueden ver franjas moradas formadas por  personas jóvenes, adultas y niños  que  caminan con la voluntad resuelta  y la mirada fija en el camino. Con el sol en las espaldas, llevando delgadas colchonetas y cargando cruces, cuadros e imágenes, caminan  y no paran hasta el casi amanecer,  cuando descansan en carpas armadas a  lo largo del camino hasta Ayabaca.

Trato de darle una explicación no religiosa a esta acción y solo se me ocurre mencionar la fuerza de la voluntad que doblega el cuerpo. En términos religiosos es la Fe (sí, con mayúscula). No todos van a pedir un milagro. Hay quienes regresan para agradecer y otros,  van solo porque sí. Por amor al Cautivo y a recibir su mirada de misericordia  que parece comprender el dolor que sus peregrinos llevan en sus corazones.

Mientras los veo pasar reflexiono en la fe. Esa misma fe que mueve a miles de peregrinos al Cautivo, es la que motivó a los pioneros religiosos de todas las épocas a conquistar espiritualmente  la tierra entera. Así como los primeros cristianos  cubrieron islas y desiertos, los primeros seguidores de Mahoma se levantaron a conquistar a las más rudas tribus del desierto y  los babíes no temieron a las huestes del Sha de Persia y retumbaban con su “Oh Señor de Todas Las Épocas”.

Una sabia amiga mía un día me dijo que en lo que a la creación respecta. Todo le pertenece al ser humano, menos su corazón. Aquel, que es el receptáculo de la fe pertenece al creador y solo él comprende y sabe lo que hay allí dentro.