El peruano es “pícaro” dicen los mismos peruanos. Debe tener correa para soportar la burla de sus propios amigos. Y en consecuencia, si alguien se enciende y reclama ante la burla del otro pues “pierde”. Es decir, en nuestra rara forma de ser si alguien es burlado debe sonreír, saber aguantar.

Esa característica nos hace un pueblo peculiar. Hemos aceptado como norma de conducta social la picardía, la “viveza”. Nos fijamos en una contienda electoral no en programas, sino en cuanto puede soportar un candidato los ataques del otro. Hasta ahí estaba diseñada nuestra conducta social como pueblo, nuestra arquitectura espiritual como nación.  Las redes sociales han permitido el ascenso del pueblo a la opinión pública. Ya no puede haber un manejo inusitado de todos ni de todo, pues el pueblo a través de las redes sociales (Facebook, Twitter, etc) opina y una sola opinión de alguno puede variar el temperamento de la corriente.

Nace un grupo de opinantes que no son políticos que empiezan a pedir ya no ardides, ni “vivezas”, sino quieren planes concretos de Gobierno. Quieren saber que se hará con la ciudad, la región, el país y de qué forma se hará.

Esta nueva corriente, minoritaria aún está, ya modificando lentamente el escenario. Va llegando el momento en que ya no se debe tolerar la burla y el insulto. El ser humano no debe poner en entre dicho su propia dignidad con este concepto errado. Poco a poco, digamos que el que se pica y exige dignidad en el debate pues GANA y empieza a perder el “sinvergüenza”.

Debemos desterrar estos conceptos que nos definen y nos hacen daño. Como si como punto de partida aceptáramos que todos los candidatos son “vivazos” que mienten, “pícaros” que nos engañan y nosotros elegimos al que es más “hábil”, al que es más “pendejo”.

La política es el arte de superponer nuestros propios intereses en función del bien común. Sin duda. No se debe confundir al político que teniendo puntos de vista diferentes sacrifica muchos principios en función de la comunidad y llega a acuerdos con sus adversarios. Esto no es “viveza” ni “sinvergüencería” simplemente es el ejercicio alto de la política para llegar a puerto seguro y no vivir en una sociedad fraccionada ni enfrentada.

Lo que si debemos combatir, es que no se debe tolerar, el insulto, ni la difamación como medios perversos de la normalidad. El que se pica GANA. El que reclama por su dignidad y respeto debe ser la norma. No hay que “tener correa” para soportar la maldad institucionalizada. Eso deprime nuestros valores como nación. Nos convence que somos un pueblo de “sinvergüenzas”. Eso ni es así ni debe ser así. Un nuevo tiempo nos aguarda. Ya no debe ganar la anti política ni el insulto. Y debemos defender el buen arte del respeto en la forma de conducirnos como pueblo y nación. Ni más ni menos.