Llevo apenas una semana aquí, el lugar donde habita casi el 30 por ciento de la población nacional. Esta ciudad, en lo que va del año suma ya 32 mujeres asesinadas a manos de hombres de su entorno. Aquí cuatro millones de féminas, adolescentes y niñas están expuestas al vejamen, la violación, el insulto, la calcinación de sus derechos y de sus cuerpos.

Aquí en Lima, se vive a prisa y no hay tiempo para reflexionar. La ciudad de los reyes tiene una sociedad enferma. Lo siento pero es así, y su enfermedad  mental se extrapola por todo el país. 

Eva Bracamonte escribió que se iba de este país dónde se sentía atemorizada, se “largaba de este país enfermo”. Quizá la señalen y algunos le recriminen por irse del “Perú de mis amores”. Yo no. Lo admito, si tuviera la posibilidad de irme, lo haría también, llevándome a las mujeres de mi familia para ponerlas a buen recaudo de la pandemia del feminicidio, de hombres que afilan el cuchillo para desgarrar las venas de sus gargantas, en represalia por no dejarse poseer sexualmente. 

He vivido la noticia de Eyvi Liset Ágreda, quien fue quemado por un miserable y pienso en los y las feministas de Piura que se reúnen en Ideas, Cutivalú, en el Cipca, en la Casa Activa o en otros espacios de concertación y diálogo para luego salir a las calles con pancartas. A un solo grito dicen: “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente”; cliché  podrían pensar algunos. Sin embargo, hay que estar aquí para comprenderlo.

Un enfermo, entró a un bus, quemó a una joven mujer de apenas 22 años, bajó del bus, salió corriendo y nadie hizo nada. Solo grabar el suceso. Es verdad, ahora quiero estar allá y detener el tráfico en la  Grau o en la Sánchez Cerro y gritar con ellas y ellos. Es verdad, las están matando delante de la gente, en acto público como aviso hacia aquellas que pensaban marcar la línea 100, ir a la comisaría o a la Centro de Emergencia Mujer. Las están matando y no hacemos nada, porque somos una sociedad idiotizada, anestesiada por los realities, las novelas políticas y la fiebre del mundial. Nos acostumbramos a ver a estos demonios en un bus, en nuestro barrio, en nuestro entorno y no hacemos nada. Solo grabar el suceso.